Verdaderamente es diferente en su geografía, meteorología y sobre todo en sus gentes y comarcas. Pero hoy, sin excepciones de color y tendencia, unos mas que otros), aquellos que se dedican a la política, antes considerada servicio, hoy profesión, dificultan la convivencia, confunden las ideas, adulteran las normas y modifican las leyes, con la desagradable finalidad de desorientar a los ciudadanos, mientras conceden excesivas y sabrosas prebendas a afiliados o partidos. Todo esto hace que además de diferente, sea difícil de entender y más aún de gobernar. Con excesiva frecuencia el cien por cien de lo exhibido o predicado resulta ser el cien por cien de lo incumplido. Se prometen ideas y desacreditan leyes, a sabiendas de que son incumplibles. En cambio, con absoluta normalidad, aceptan que produzcan un beneficio personal, grupal o partidista, o que lo ilegal se legalice.

Algunos afirman que a nuestra estructura democrática le falta un «hervor». Quizá esa efervescente carencia, sea la prueba fehaciente del triunfo de la mediocridad política «postransicional». Es muy posible que esta leyenda choque con el inigualable atractivo geográfico, histórico y cultural de la España testicular y romántica. Señuelo que atrae a entusiastas visitantes de mas allá de los mares y lejanas tierras, que nos visitan buscando las leyendas que describiera Hemingway o musicalizaran Bizet o Manolo Escobar.

Recientemente, no faltan mamarrachos que nos identifican como anomalía de Europa. Opinión vendida por decenas de pelmazos no constitucionalistas, o constitucionalistas parasitados, sustituidos hoy, por otros, mas ineptos, igual de primitivos pero mucho mas ignorantes. ¿Se estará cumpliendo aquella profecía de que “el verdadero fracaso español es aceptar la leyenda de su fracaso si no gobierna un redentor”?. Si echamos un vistazo a nuestra historia reciente, gozamos de varios/as ofreciéndose como libertadores o redentores, ¿de que?, ¿de quien?.No son necesarios.

Los españoles, durante muchos años, hemos sido sujetos activos y portadores del odio identitario, pero parecía que, en los primeros compases de la postransición habíamos conseguido el respeto a la diversidad de ideas, religiones y culturas, hasta que algunos rencorosos, resentidos, faltos de ideas renovadoras, a través de un fracasado neosocialismo de «garrafón», como alguien ha indicado, junto a un desnortado e irredento liberalismo, han sido incapaces de evolucionar y desplegar la tan importante área cerebral del olvido, reactivando por el contrario el espacio de la revancha y el odio.

Mientras algunos celebrábamos aquella conquista social y socialista, otros fomentaban, hoy fomentan, la estrafalaria costumbre de transformar aquellos triunfos, en sus propios intereses.

Los responsables, de buena voluntad, profesionales al servicio de la sociedad, no de la política, deberían aceptar la nueva realidad social, lograda en la transición, elaborando normas para que la belleza geográfica y cultural de nuestros pueblos se complemente con el respeto al valor de las ideas de todos y cada uno de los ciudadanos.

*Catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza