Un buen amigo, hasta hace poco funcionario al más alto nivel de la Comisión Europea, me contó una anécdota que describe bien cómo y quién influye en la formación de las decisiones en la UE. Me contó que cuando el presidente de la Comisión Europea anunciaba la puesta en marcha de una iniciativa que entraba dentro de sus competencias, sabía que al día siguiente vendrían a llamar a su puerta los ingleses para sugerirle como llevar a cabo la iniciativa y exponerle sus intereses; al día siguiente aparecían los franceses; los italianos tardaban un poco más, pero finalmente también llegaban. Los que nunca aparecían eran los españoles. Le pregunté por los alemanes. «Ellos no hace falta que vengan -me dijo-, están de forma permanente».

El resultado de esas visitas es que las políticas comunitarias acaban respondiendo a las formulaciones e intereses de aquellos países que están en Bruselas. No hay que acusarles de egoístas. El interés general europeo no existe a priori, es el resultado final de ese juego de influencias nacionales. Si no participas, no puedes influir en su formación. Y España no participa.

Ahora bien, para tener esa capacidad de ejercer influencia en las políticas europeas, es condición necesaria y previa que cada país tenga su propia agenda estratégica para Europa. España no la tiene. Si tienen la curiosidad de mirar la página web sobre España y la Unión Europea del Ministerio de Asuntos Exteriores verán que no hay ni una sola palabra sobre el futuro. Y lo mismo ocurre con los programas de los partidos políticos (como pudimos ver en las últimas elecciones). Y, más allá de intereses muy cortoplacistas, tampoco la tienen las organizaciones patronales y sectoriales privadas.

Si no ha existido una influencia española más intensa sobre la UE es porque hasta ahora no hemos tenido la capacidad o la confianza en nosotros mismos para elaborar una visión de futuro coherente para la UE y de nuestro papel en la misma.

Así las cosas, probablemente la razón de que los españoles no se presentasen en los despachos de los altos funcionarios europeos es que no tenemos proyecto español para la UE.

Pero «España ha vuelto», afirmó, con satisfacción contenida, el presidente español, Pedro Sánchez, la semana pasada al anunciar los candidatos a dirigir la Unión Europea en los próximos años, entre los que figura Josep Borrell.

La recuperación electoral de los socialistas españoles le ha dado a Pedro Sánchez el papel de negociador en representación del grupo socialdemócrata europeo. Y es probable que esa influencia se manifieste también en la formación de la nueva Comisión Europea.

¿Cómo nos debe beneficiar el volver a la UE? Además de influir en el proceso de formación de las políticas sectoriales (entre ellas, la inmigratoria), tenemos que influir también en las políticas macroeconómicas. Se trata de evitar que se repita el error del 2010. Ese error agravó y prolongó el dolor social del desempleo y la pobreza que había provocado la crisis financiera y económica de 2008-2009.

Recordemos las circunstancias. Ante la aparición de la crisis de la deuda griega en el 2010, las autoridades europeas se enfrentaron a un dilema. Por un lado, se necesitaban políticas fiscales y monetarias expansivas para sacar a la economía europea de la Gran Recesión. Esto es lo que aconsejaba cualquier manual de primer curso de macroeconomía; y lo que era necesario para no aumentar el dolor social del desempleo. Por otra parte, había que vigilar los déficits públicos y la deuda. Esto era lo que pedían los prestamistas y las élites económicas.

Las autoridades optaron por la reducción del déficit, la política de austeridad y los recortes de gastos sociales. Una opción equivocada, como más tarde se reconocería. La llegada de Mario Draghi a la presidencia del Banco Central Europeo logró relajar la política monetaria, aliviar la presión de la deuda y la recuperación de la actividad económica y del empleo a partir del 2013. Y con la recuperación vino la reducción del déficit.

Ante un probable debilitamiento de la economía europea en los próximos trimestres, se trata de no repetir el error del 2010. La vuelta de España a las instituciones europeas tiene que incorporar este objetivo.

Ahora bien, como he dicho, España tiene que dotarse de una estrategia nacional para la UE. De lo contrario, la presencia de españoles en las instituciones no logrará influir en la formación de las políticas, que es de lo que se trata.

*Catedrático de Política Económica