Será, o no, cierto que la momia de Franco es un señuelo que utiliza el presidente Sánchez para tenernos entretenidos y correr un cortina de humo sobre asuntos de presente y de futuro más importantes... Pero no cabe duda de que cada replanteamiento verbal, simbólico o efectivo (como la Ley de Memoria Histórica) de nuestro pasado reciente levanta verdaderas pasiones. Foros, redes y barras de bar albergan tremendas discusiones sobre nuestra Historia, respecto de la que muchos opinan pero sobre la cual no hay un conocimiento cabal, fuera de los especialistas y los lectores muy interesados e instruidos.

La Historia elaborada por expertos reconocidos (españoles o extranjeros) está ahí. Y se sigue analizando e investigando (no me refiero claro a las revisiones a cargo de personajes tan turbios como Pío Moa, el ex PCE -Reconstuido- y exGrapo que luego, ¡oh, maravilla!, resurgió como franquista incondicional... ¿lo que siempre fue?). Pero en nuestro bendito país ese análisis y esa investigación no son fáciles. Hay documentos inaccesibles, otros en manos privadas (como los que ¿robó? la familia del dictador) y otros nunca existieron, se perdieron o han sido destruidos. El profesor zaragozano Alberto Sabio viene trabajando actualmente con los viejos archivos policiales. El otro día me hizo llegar un informe sobre el Trasobares veinteañero, elaborado por la Brigada Politico-Social tras el curso 72-73. Allí se me describe como «activista estudiantil con actuación destacadísima en cuantos conflictos académicos se han registrado», y se narran con bastante precisión mis idas y venidas en piquetes, manifestaciones y asambleas. Pero esa solo es una parte del expediente que me dedicó la BIPS (¡qué honor!). Lo demás ha desaparecido, como tantos otros documentos mucho más importantes, por supuesto, que mis juveniles andanzas.

España está obsesionada con su Historia porque nunca fue capaz de conocerla tal cual y de asumirla. O porque las contradicciones de hace ochenta años siguen vivas. En un nuevo contexto, pero vivas.