Ya se ve la luz tras el largo túnel de la alarma y el confinamiento. Tras el cual se ciernen todo tipo de incertidumbres, riesgos y, también, expectativas de normalidad. Hemos descubierto la categoría de la normalidad como el mejor estado material y psicológico para el ser humano. ¿Cómo estás? Normal. Ojalá.

Porque no está tan claro que hayamos llegado a la normalidad. El proceso sigue víricamente y nuestro medio ambiental, social, económico y político están hechos unos zorros. Nuestras autoridades nos dicen que no bajemos la guardia, que sigamos con espíritu de lucha, aunque con ciertos alivios, y que disfrutemos de la cotidianeidad que nos toca vivir en cada momento. Para lo cual, la predisposición de combate no es suficiente, sino que hemos llegado a un punto en que el cambio de mentalidad es imprescindible. Me parece un buen hallazgo lingüístico lo de «nueva normalidad», aunque literalmente sea un oxímoron. Porque los parámetros en los que nos vamos a mover han cambiado y nosotros debemos también cambiar nuestra mente y perspectiva si no queremos naufragar.

Y así, el final del estado de alarma, próximo ya en el tiempo, nos exige una evaluación de la conducta de todos los agentes sociales en los tres meses que han transcurrido desde el 11 de marzo. Como esta evaluación la tendremos que ir haciendo durante bastante tiempo, empecemos hoy con un ligero aperitivo.

En principio hay que subrayar que hemos conseguido el objetivo principal: frenar el avance de la pandemia, reduciendo el número de muertos, de contagios y aliviando la presión sobre la cobertura sanitaria. El estado de alarma, con su dirección única y el largo confinamiento han surtido un efecto muy beneficioso.

El Gobierno, con su presidente a la cabeza y su vicepresidente segundo a pocos metros, saca pecho y pretende explotar el éxito. Su explicitación del triunfo va acompañada generalmente de críticas a la oposición para que los efectos políticos del éxito duren más tiempo. La verdad es que el Gobierno lo tiene fácil por la postura rocosa, ruidosa y nihilista de la oposición, que, descontextualizando el tiempo de información y conocimiento del principio de la pandemia, atribuye el tremendo número de muertos directamente a los errores del Gobierno.

El hecho cierto es que la pandemia se ha frenado. Todo lo demás son elementos deformantes del hecho principal. La Bolsa, termostato de la bondad o maldad del futuro inmediato en economía, ya ha hablado con una fuerte elevación en la última semana. La sociedad, con su división de opiniones -gracias al Gobierno o a pesar del mismo-, está también satisfecha de su aportación al éxito. Ha cumplido con buena nota.

Quizás la cuestión que más ha crujido en estos tres meses ha sido la relación de cogobernanza entre el Gobierno central y los gobiernos autonómicos. El mando único ha difuminado la no clara asignación de responsabilidades en nuestro Estado autonómico. El mando único central ha ido ganando todas las votaciones con concesiones a favor de unos (chantajeando) y en contra de otros (no determinantes). Pero nunca han estado claras las responsabilidades de unos y otros. Han aparecido más en los medios de comunicación los ataques e insultos que cualquier análisis claro de responsabilidades y de eficacia ante la crisis. El intento de rentabilizar políticamente la crisis no ha sido ajeno a ninguna fuerza política. En mi autonomía -Aragón-, pienso que el presidente Lambán ha sabido combinar la lealtad de militante socialista con su obligación de proteger y cuidar a los aragoneses, priorizando siempre los intereses de sus conciudadanos. Con los errores propios e inevitables por lo inédito de la situación.

Moncloa no se fía de los gobiernos autonómicos y estos no se fían de Moncloa. Sus discusiones eran más sobre el poder que sobre la pandemia. Ahora la discusión sigue siendo sobre el poder aunque en la pantalla aparezca la desescalada y el fin del estado de alarma. Que no acabará, porque seguirá rigiendo un nuevo decreto-ley sobre la pandemia hasta que aparezca la vacuna o un tratamiento eficaz.

Fue un acierto lo del mando único centralizado, y así fue reconocido por todos, a excepción de los ultramontanos nacionalismos de siempre. Y este acierto habrá que tenerlo en cuenta para la restructuración del sistema sanitario español poscovid. Las autonomías, en materias básicas como sanidad y educación, necesitan criterios y coordinación centrales que garanticen la igualdad de todos los españoles y la eficacia del resultado final. Especialmente en tiempos difíciles. Las discusiones sobre competencias son algo secundario que nos hablan más de la lucha por el poder que de la eficacia de la gestión. Y así, entre la retórica de Sánchez, con poca voluntad por consensuar el proceso epidémico con la oposición, y la bestialidad del PP y de Vox, al acusar de los miles de muertos al Gobierno, hemos asistido a un auténtico diálogo de besugos. Poca perspectiva de futuro para la reconstrucción de España. Veremos.

*Profesor de Filosofía