Es sorprendente que haya quien se sorprenda por la combinación de fanatismo, mentiras y falta de humanidad que han demostrado líderes secesionistas con ocasión de la pandemia. La portavoz del 'Govern' dijo que en una Cataluña independiente habría habido menos muertos y menos contagios. El presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona dijo que «España es paro y muerte», y Cataluña, «vida y futuro». El ahora supuestamente moderado Oriol Junqueras publicó un artículo donde explicaba que la pandemia muestra que la independencia es necesaria: ¿quién iba a imaginarlo?

No sabemos lo que habría pasado en una República catalana: las disputas de los eruditos en literatura fantástica son arcanas y encarnizadas, y esta columna es breve. Sí sabemos que hubo una reunión multitudinaria en Perpiñán para recibir a Puigdemont, cuando el virus ya estaba extendiéndose por Europa. Sabemos que Cataluña fue la única comunidad que habilitó un número de pago para atender dudas sobre la enfermedad (después tuvo que corregir). Sabemos también de obstáculos para la coordinación de datos e infraestructuras, y que un concejal de la CUP animó a escupir y toser sobre los militares que ayudaban a combatir la enfermedad. Sabemos que Torra frenó la construcción de dos hospitales montados por el Ejército y la Guardia Civil. También han colocado a lo que parecía un experto, pero recuerda cada vez más al muñeco de un ventrílocuo.

Cuando se produjeron los atentados del 2017, el independentismo intentó sacar rédito político. Presumieron de haber funcionado como una república independiente, elogiaron patrióticamente a una Policía que tuvo una actuación más que discutible, orquestaron una protesta contra el Rey en un homenaje a las víctimas, el sector más locoide propagó una teoría de la conspiración. Ocurrió con la crisis, ocurrió con el terrorismo, ha ocurrido con la pandemia y ocurrirá con cualquier desgracia. A las víctimas de los atentados las había matado España, y a las víctimas del covid-19 las habrá matado España también. A algunos ni siquiera les importa la utilidad: lo principal es el odio y la necesidad de expresarlo. La falta de una meta plausible puede intensificarlo; se convierte en un objetivo en sí mismo. Si se pasan, pueden incomodar a los nacionalistas moderados --ese oxímoron--, porque revelan la esencia irreductible de todo el movimiento y eso es malo para el negocio. Pero no son episodios aislados: es una lógica. No debería asombrarnos que esa antipatía visceral importe más que la verdad, la eficacia o las vidas de los ciudadanos: lo sorprendente sería que cambiaran de costumbres.

@gascondaniel