La manifestación de hoy en Madrid la han convocado y movido centenares de entidades sociales e instituciones de las provincias y comarcas de España que se están quedando vacías. Con Teruel y Soria a la cabeza (en ambas diócesis, incluso los obispos han secundado el llamamiento), los territorios del interior piden soluciones, y lo harán en el corazón del Estado, allí donde tienen su sede los más altos poderes políticos. Van a reclamar apoyos en forma de infraestructuras, servicios, inversiones públicas, ayudas para el desembarco de empresas privadas y un régimen fiscal especial que facilite la actividad económica.

Teruel, como buena parte de la provincia de Zaragoza y varias comarcas de Huesca, forma parte de esa España cuya población disminuye de manera alarmante. Al menos la provincia bajoaragonesa se apuntó el viernes un tanto positivo al retener su diputado decimocuarto que estaba en trance de perder. En este caso concreto, los partidos con presencia en las Cortes de Aragón fueron capaces de alcanzar un acuerdo unánime sobre la bocina, cuando todo parecía perdido. Pero ese no pasa de ser un mero detalle, por muy simbólico que resulte. Nuestra comunidad arrastra un retroceso demográfico que en no pocos lugares empieza a ser irreversible.

La manifestación de hoy es un síntoma de que la España profunda no se va a rendir sin luchar, y de que todavía es capaz de presionar a las instituciones y a las fuerzas políticas que nos gobiernan. Pero ello habría de implicar algo más que unas pancartas, unos gritos y, si se nos apura, un coro de lamentos. No estaría mal que esas provincias semideshabitadas fuesen capaces de poner en valor los escaños que allí se han de decidir, justo cuando la pugna por obtenerlos es más dura y más decisiva que nunca. Por idéntica regla de tres, es imprescindible que los llamamientos que algunos partidos hacen a defender la igualdad entre españoles no sea solo un fácil (pero dudoso) eslogan contra el secesionismo catalán o el nacionalismo foral del País Vasco o Navarra, sino un compromiso efectivo con los territorios que sin poner en cuestión la unidad del Estado, sufren las consecuencias de una desigualdad evidente.

Por último, la España vacía debe afrontar un reto: el de potenciar su propia vitalidad, su propia agenda económica, social y cultural. Debe pedir ayuda, pero también ha de ayudarse a sí misma.