El verano pasado estaba yo sentado tranquilamente a la fresca en la ribera del Ebro cuando de repente apareció un perro suelto que se había dado un chapuzón en el río. Se colocó junto a mí y se sacudió toda el agua. Pocos metros detrás iba su dueña. Amablemente le recordé que, aunque a esa hora el perro podía ir suelto, era necesario que lo controlara, que me había puesto perdido. Su respuesta fue que tanto derecho tenía el perro a usar el parque como yo. La discusión verbal fue escalando y ella acabo gritándome: «¡Especista de mierda!». Supongo que a muchos de ustedes, como a mí, el término les sonará raro. Así que lo busque y, si racista es el que discrimina en función de las razas, especista es en función de las especies. Vamos, que si usted considera que los humanos y los mejillones deben tener diferentes derechos y ser tratados de manera diferente, usted como yo, es un especista y para la propietaria del susodicho perro, el título de esta columna. En realidad, la situación es peor, porque me imagino que a ningún humano le toleraríamos que nos chipiase o nos diese un lametazo. Es decir, la dueña piensa que su perro tiene más derecho a usar un parque que yo o cualquiera de ustedes lectores (reconozco que es mi prejuicio especista el que me hace presuponer que son ustedes humanos). Otra vez, un mastín cargó contra mi bicicleta provocando una aparatosa caída, sin más consecuencia. En este caso, como en la mayoría, el dueño se disculpó amablemente. Es habitual ver escenas de padres persiguiendo a sus hijos cuando se alejan de los columpios, no vaya a ser que pisen o les dé por agarrar los excrementos de los discriminados animales. O también sprints de perros lanzados hacia algún incauto que los mira con cara de pánico mientras su dueño dice «tranquilo que no hace nada». Del hecho de que si un humano orina en la calle se le pueda multar y sin embargo los perros tengan bula…. Los perros tienen que poder usar los parques, es de cajón. Pero los usuarios humanos también y sin miedo a ser lamidos, mordidos, ensuciados con excrementos o tirados al suelo (pensemos en nuestros mayores). Hay que multar a los pocos dueños que ensucian o no cumplen los horarios de suelta, para que todos podamos usar los parques. Supongo que es mi especismo discriminador, el que me lleva a proponer medidas para que niños y ancianos se sientan cómodos en los parques. H *Profesor y economista