Cuatro son los hechos relevantes de las elecciones del domingo: el alto índice de participación, los resultados de Cs en el Aragón vacío, la victoria del PSOE y, finalmente, el logro de representación parlamentaria de Vox.

La división en la derecha y el agrupamiento estratégico del voto de la izquierda a favor del PSOE, para frenar el efecto Vox, puede generar la sensación de que todo ha ido perfectamente para los que deseaban un gobierno progresista que, de paso, mantuviese a la extrema derecha en unos aceptables márgenes del diez por ciento.

Pero profundizando un poco en las cifras, enseguida se derrumba este espejismo, ya que caemos en la cuenta de que la derecha ha obtenido más votos en el conjunto de la comunidad, así como en cada una de sus provincias y en las tres capitales.

Con esta base de partida, y adoptando una postura razonable, se abre ante la izquierda un escenario muy peligroso: de una parte, es más que probable que los bloques no se muevan mucho desde aquí hasta la celebración de las municipales y autonómicas; de otra, parece asegurado que todos los partidos de la derecha superarán los umbrales de entrada en las diferentes instituciones, mientras que no lo está tanto que suceda así en la izquierda.

Hay un hecho que puede favorecer la victoria progresista: el que la derecha históricamente haya sido más abstencionista en municipales y autonómicas, lo que favorecería que se compensaran los bloques. Pero hay otro que actúa en sentido contrario: que se desinfle la alta movilización de la izquierda por los resultados de Vox, bastantes más bajos de lo temido. En consecuencia, el más que previsible incremento de la abstención podría afectar por igual a los dos bloques.

El que la balanza se decante a favor de uno o de otro depende del efecto conjunto de todos estos factores.