Falta exactamente un mes para que Escocia celebre el referendo sobre su hipotética independencia del Reino Unido. Todos los sondeos auguran la victoria del no. Los argumentos económicos parecen haber tenido un peso decisivo. Hoy por hoy, Escocia tiene superávit fiscal y el bienestar que promete Alex Salmond dependería de los siempre volátiles ingresos del petróleo. Con todo, en las buenas expectativas de los partidarios de seguir juntos hay que consignar también el acuerdo de los tres principales partidos de Westminster para mejorar y blindar el incipiente autogobierno escocés. A los independentistas solo les queda una baza: la diferencia entre el sí y el no es aún inferior al número de indecisos y, en los últimos meses, esa bolsa ha caído del lado de la secesión. Los debates de estos últimos 30 días en la televisión y en los pubs resolverán la incógnita.

Mientras los escoceses deshojan la margarita, los juegos de espejos son inevitables. Unos deberían tomar nota de la flexibilidad mostrada por Londres, y otros, de la claridad y legalidad de Edimburgo.