Es natural el cansancio que genera la situación en Cataluña, instalada desde hace demasiado tiempo en una permanente espera. En esta fase de desgana, la filósofa alemana Andrea Köhler se pregunta: «¿Espero a que ocurra algo o a que algo deje de ocurrir?». Y este parece el retrato perfecto que se vive en la comunidad vecina. O quizás, dice, ambas cosas sean lo mismo. Lo que debe cesar solo cesa porque otra cosa lo expulsa. En Cataluña la mitad de la población está instalada en la espera de la república y la otra en la espera de que ansia independentista quede arrinconada, derrotada. La espera, indica Khöler, es algo imaginario y concreto a la vez: una visión de algo potencialmente real que se oculta. En ese juego de ocultación, tensión y expectativa vive instalada Cataluña, como suspendida en el tiempo, en una paradoja constante: se apela a la democracia, pero se cierra el parlamento, por ejemplo. La supuesta república permanece oculta, pero parece tan real para tanta gente, tan aprehensible, que merece la pena esperar, colgar lazos, manifestarse, enfrentarse con el vecino. La república no existe, pero se ha convertido en un mito común que permite cooperar y organizarse a miles de ciudadanos. El mito proporciona cohesión, fraternidad, y así la espera se hace más confortable, menos dañina para la lógica. Aunque solo sea para la mitad de los catalanes. Ambos, independentistas y constitucionalistas permanecen a la espera de que algo ocurra o deje de ocurrir. Y mientras, la vida no espera. Se pasa.

*Periodista / @mvalless