Si se nos hizo larga la primavera, verán lo que resta del verano, aunque este julio ya está resultando agónico. Al mismo tiempo que se producía la desescalada formal iniciada desde los poderes públicos comenzaba la de nuestras expectativas, tomando conciencia que ese ansiado verano libre de covid no iba a ser este.

Ni el peligro iba a estar en el otoño, seguía entre nosotros, ni el calor era el gran aliado, el norte y oeste de la península reportan las mejores estadísticas, ni los alegres reencuentros familiares tienen nada que ver con esos abrazos de espaldas con mascarilla.

Salimos en exceso triunfalistas de ese embate durísimo que fue la primera ola epidémica. Exhaustos pero reforzados en nuestra condición de ciudadanía responsable, confiados en nuestros trabajadores públicos que sortearon la tragedia. Y ahora, nos queda poco más que el desánimo. Nos culpabilizan del relajo social en la prevención, amenazando reiteradamente con un posible confinamiento, que no hace más que incentivar a las actitudes más incívicas de los que ya lo dan todo por perdido. La actitud heroica que demostraron los sanitarios ha devenido, como no podía ser de otra manera, en sus denuncias reiteradas sobre la falta de medios.

Lo importante no está ahora en la prestación asistencial en los hospitales, si no en la atención primaria. La responsabilidad última no recae en el Estado central si no en las comunidades autónomas que llevaban desde abril reclamando la gestión de la crisis. Y lo que parece no se acaba de entender es la necesaria complicidad de unos y otros. Flexibilizar y transferir medios de lo hospitalario a la primaria, y al revés, cuando estemos en los picos epidémicos y recuperar el papel coordinador de la administración central sin esperar que la reclamemos en olor de multitudes. En esta situación de tierra de nadie nos encontramos, deseando que agosto sea el bálsamo corrector de todas las disfunciones, y en septiembre, cuando comience el curso para todos, lo hagamos con el contador casi a cero.

Solo nos queda esperar según algunos discursos, sin movernos mucho, pero sin hundir el sector turístico, ahorrando para la crisis que se nos viene, pero gastando para incentivar el consumo, aprovechando el aire libre que nos será vedado en invierno, pero sin planes conjuntos, mejor en soledad. Tanta contraorden solo invita a sentarse en el lugar más fresco posible, a mirar como todo ocurre delante de nosotros como de una ficción se tratara, y esperando un feliz final inesperado como el de las peores películas. H