Esperanza Aguirre se muestra avergonzada, pide perdón, aconseja a los cargos implicados que se vayan y... ella se queda. Pobrecita, no se había enterado de nada, lo que se dice nada de nada, ni de la Gürtel que crecía en sus narices, ni de las redes de espionaje de Granados ni de sus cuentas bancarias, ni de los apartamentos comprados de forma muy rarita por su sucesor, ni de la presunta caja B de su partido con la que al parecer se pagan las obras de sus sedes, se repartían sobresueldos o se compraban acciones en medios de comunicación de la ultraderecha. Todo es presunto, claro. Intenta sobrevivir pero no es creíble. Asumir las responsabilidades políticas supone pedir perdón y largarse a su casa, desaparecer de la vida pública, no venir con cara compungida, tres padrenuestros y todo arreglado. He oído a alguien decir que Felipe González debería haber dimitido cuando el caso Roldán. Oiga, pues sí, debería haberlo hecho. Aquellos episodios los pagó el PSOE durante años en la oposición y quien era su máximo responsable debería haber aprendido al menos un poco de humildad y nos habríamos librado de algunos de sus recientes extravagantes consejos y de una pesada tutela ejercida desde sus consejos de administración. Ahora, es el núcleo del PP el que está en el punto de mira y Rajoy, Cospedal, y no nos olvidemos de Aznar, deben muchas explicaciones, dilucidar sus responsabilidades y... hacer mutis por el foro. Por salud democrática.

Profesor de universidad