Acabo de leer el libro de Agustín Basave de título muy llamativo La cuarta socialdemocracia. Dos crisis y una esperanza. Basave, de nacionalidad mejicana es diplomático, doctor en Ciencia Política por la Universidad de Oxford, periodista y fue presidente del Partido Revolución Democrática (PRD), situado políticamente en el centro izquierda, socialdemócrata. En Sudamérica se está produciendo mucho y novedoso pensamiento político, que aquí en esta Europa engreída y autosuficiente no se valora como se debería. En cuanto al libro, el título se debe a la existencia de dos crisis: la de la socialdemocracia que por su gradual derechización explica la crisis de la democracia. Y la esperanza esta representada por la socialdemocracia, a la que considera la única tradición que, subsanando sus errores, puede ofrecer una alternativa deseable y posible en esta economía-mundo capitalista tan devastadora, que vivimos actualmente.

La primera socialdemocracia, ubicada entre 1875-1945 remite a la figura de Bernstein, que optó por el voto sobre la revolución, como camino hacia el progreso. Socialdemocracia y comunismo se escindieron: la primera valoraba la democracia y su compromiso fue por apuntalarla, fortalecerla, al considerarla la vía para la transformación social y un fin en sí mismo.

La segunda entre 1945-1975. Tras la segunda Guerra Mundial había que reconstruir Europa, pero sobre bases que posibilitaran el ejercicio de las más amplias libertades, también haciéndose cargo de las abismales diferencias sociales. Hubo un pacto capital y trabajo. Se apuntalan las fórmulas para generar cohesión social: educación, salud y transporte públicos como basamento de la coexistencia social. Salarios decorosos, pensiones dignas, seguros de desempleo, políticas de vivienda para una existencia digna. Y políticas fiscales progresivas y redistributivas como un imperativo para la convivencia medianamente armónica. Esas políticas, con un fuerte acento keynesiano, demostraron que el capitalismo podía propiciar altos niveles de equidad.

La tercera socialdemocracia empezó a fraguarse a partir de los años 80 y estaría representada por la Tercera Vía de Tony Blair y el Nuevo Centro de Gerhard Schröder y Bill Clinton, cuando el consenso socialdemócrata fue sustituido por el llamado «consenso neoliberal». Si sus figuras emblemáticas son el presidente Reagan y la primera ministra Margaret Thatcher, eso no quiere decir que el viraje no haya contado con un fuerte respaldo social. Hubo un desplazamiento de la ciudadanía hacia el centro y la derecha. Los altos impuestos y la centralidad de lo público fueron puestos en la picota. La exaltación del individualismo y el Estado como problema y no como eventual solución resultaron los elementos discursivos, que erosionaron la confluencia en torno al proyecto de una sociedad menos desigual. La socialdemocracia sucumbió ante la vorágine neoliberal y sigue sin reaccionar. Como dice muy acertadamente Basave, mientras el fundamentalismo capitalista en su versión neoliberal se globalizaba, la izquierda se pasmaba. El error de la socialdemocracia frente a la globalización fue mimetizarse con el presente para evitar ser asociada al pasado, en vez de buscar una nueva identidad en el futuro.

¿Qué características ha de tener esa cuarta socialdemocracia para generar una esperanza para la mayoría social? Partir de la convicción de que la democracia real es posible si se separa el poder político del poder económico. Esto quiere decir que el primero debe emanciparse de manera absoluta del segundo. Tarea complicada. Es evidente que muchas partitdocracias se han trocado en conciliábulos donde impera la complicidad interpartidista y la corrupción. Recuperar la confianza de los trabajadores por parte de la izquierda, mostrando que las propuestas de la socialdemocracia y, más en general, de la izquierda, son posibles y deseables. Combatir de manera inteligente la capacidad de unos massmedia al servicio de la derecha y del neoliberalismo. Buscar las maneras de neutralizar la dependencia de los Estados al poder económico internacional. Fortalecer la democracia y potenciar la economía productiva y las cooperativas, imponer una reforma fiscal progresiva y controlar de manera contundente el fraude, así como enfrentarse de manera solidaria y realista con el problema de la inmigración. Es menester que se edifique un nuevo pacto social entre el capital y trabajo, como el que hubo al final de la Segunda Guerra Mundial, que dinamitó el fundamentalismo neoliberal. Tarea no fácil dada la voracidad irresponsable e insaciable del capital, pero si este no lo asume voluntariamente, habrá que convencerle a través del miedo con un incremento de la protesta de la ciudadanía. El éxito de la segunda socialdemocracia se explica por el temor al comunismo. Y potenciar la democracia participativa con un cuarto poder, que podría ser una asamblea de ciudadanos elegidos o por sorteo, que controlaran los poderes legislativo, ejecutivo y judicial.

Como ya dijo Tony Judt en Algo va mal, la socialdemocracia no representa el futuro ideal ni el pasado ideal. Pero de las opciones disponibles hoy, es la mejor. Por ella vale la pena luchar. Es la única esperanza.

*Profesor de instituto