En un país en el que la decencia y la ética contasen en la vida pública, ningún abogado de prestigio se habría avenido a proponer que su defendido hiciera el papelón que la infanta Cristina protagonizó en el juzgado de Palma. La hija del Rey ocultó descaradamente la verdad durante cerca de seis horas siguiendo las instrucciones de sus asesores. En el vídeo clandestino de la sesión --un elemento que añade más esperpento al proceso-- se aprecia muy bien que el juez Castro no la creyó, como era de esperar. De ello se deduce que la estrategia de los letrados no consiste en convencer al magistrado de la inocencia de su defendida --que también les debe de parecer indemostrable-- sino en presentarla como una mujer incapaz de detectar las fechorías de su marido, aunque ella haya contribuido una y cien veces a su ejecución. La tarea que les han encomendado es la de evitar un proceso penal a la hija del Rey. Puede que su estrategia tenga éxito en ese sentido. Que su prestigio como padre de la Constitución, como ciudadano excelente, pueda sufrir un serio menoscabo por esta actuación no ha debido inquietar mucho a Miquel Roca. Ayudar a la Corona o triunfar como abogado deben importarle más. Lo que habría que preguntarse es si él, la Casa Real y quienes dirijan sus pasos creen seriamente que esas argucias van a mejorar la imagen de la Monarquía y del Rey. Da la impresión de que ha ocurrido lo contrario. La idea de que la Zarzuela no sabe cómo salir del agujero se afianza cada día que pasa. Periodista