La nueva versión comercial de la novela de espías lleva, entre la de otros bests-sellers, la firma de Daniel Silva.

Escritor norteamericano, con obvias raíces hispanas, Silva viene ofreciendo a sus lectores una serie novelesca, ambientada en los mundos del espionaje. La protagoniza en la ficción un personaje bautizado como Gabriel Allon, poderoso director, siempre en la sombra, de la agencia de seguridad israelí, el Mosad. Según los expertos, una de las más eficaces (o mortíferas, habría que decir sin eufemismos, puesto que su nivel de eficacia se evalúa en función del número de objetivos abatidos) del mundo. Implacable a la hora de eliminar a los «enemigos de Israel», ya sea con drones, misiles, tiro en la nuca, veneno o accidente en apariencia casual, los agentes del Mosad llevan fama de bordar el crimen institucional sin dejar pistas.

Además de blanquear sin disimulo a esta partida de ángeles asesinos, Silva se esfuerza por presentarnos a su flamígero arcángel, a Gabriel Allon, como un heredero del espíritu renacentista que hizo florecer Europa, distinguiéndola de otras culturas (entre ellas, de la hebrea). De ese exornado modo, Allon se planta ante los lectores como un experto en arte que incluso se atreve a participar en las restauraciones de obras maestras.

La acción de La orden, la nueva novela de Silva, transcurre en Venecia y en Roma porque en el Vaticano está tratándose de resolver la muerte misteriosa del último papa. ¿Habrá sido intencionada? ¿Alguien lo envenenó con su última cena, con la última taza de té que el santo padre tomó en las habitaciones papales? La Policía italiana está confusa. La Guardia Suiza, aún más. Los cardenales, en cambio, parecen tranquilos, pues callan... ¿Estarán ocultando algo?, piensa agudamente Allon cuando, de manera poco verosímil, lo facultan para investigar el caso. Con discreción, claro está, porque, si la opinión pública se enterase de que el Mosad estaba metiendo sus narices, y sus armas, en el Vaticano, la que se podría liar…

Poco que ver con las grandes aportaciones clásicas del género, Eric Ambler, Graham Greene o John Le Carré… A quienes, si de verdad queremos disfrutar con buenas novelas de espías, deberemos releer, en lugar de a sus comerciales sucedáneos.