La alegría de vivir proviene de nuestro interior. Es un aplauso íntimo que nos hace sentirnos útiles, de acuerdo con nosotros mismos, y que se abona cuando nos vertimos hacia fuera, hacia los demás. La felicidad perdurable no se alcanza satisfaciendo esa tendencia egoísta, tan arraigada en nuestro ser más profundo, que nos lleva a acumular riquezas codiciosamente; sino que es preciso buscarla en un bien entendido afán de superación, que nos conduce a ser mejores y a vencer nuestros propios límites. Tan digna aspiración refulge con brillo propio en los juegos paraolímpicos, especialmente en su vertiente integradora y no competitiva. Nuestros representantes, con especial mención de Teresa Perales, son un ejemplo de voluntad y abnegación, puesta a prueba cotidianamente cuando se ven obligados a soslayar las barreras sembradas con profusión en su camino y contra las que tropiezan sus ganas de vivir. Quizá, si es necesario, ellos sean capaces de aprender a volar como ángeles, pues hacen gala de un gran espíritu de superación; otros aún lo tienen algo más complicado- ¿Por qué no les ponemos las cosas un poco más fáciles?

*Escritora