Esquerra Republicana permitirá, finalmente, la investidura de Pedro Sánchez con su abstención. El partido dirigido desde la cárcel por Oriol Junqueras, desde Suiza por Marta Rovira y desde el Govern por Pere Aragonès se reafirma en la línea política realista que ha seguido este último año, ratificada en la elección de la dirección, en la ponencia política del último congreso y en el Consell Nacional de este jueves. La cúpula parece que tiene controlada una formación con unos estatutos asamblearios pero que ha resistido mejor que otras formaciones el envite de la denominada nueva política.

La decisión de Esquerra ha alarmado a una parte importante del sistema político español y ha desencadenado un cruce de acusaciones entre una parte de JxCat, con quien comparte el Govern de la Generalitat, al que se han sumado otras voces. No es la primera vez desde la recuperación de la democracia que Esquerra sufre este tipo de envites: pasó tras las elecciones de 1980, tras la formación del primer tripartito en el 2003, tras el pacto de Mas con Zapatero para recortar el Estatut del 2006 o tras la negativa de presentar listas conjuntas.

Lo cierto es que Esquerra no renuncia, en nada de lo pactado con el PSOE de Sánchez, a su objetivo político de la independencia, aunque sí que aparca la denominada vía unilateral, la que acabó en condenas de más de 100 años para quienes dieron la cara por ella.

La fórmula acordada con el PSOE y con Podemos está repleta de ambigüedades, con artefactos que cada parte entiende a su manera. La realidad del día a día despejará esos equívocos, pero el gesto de la investidura servirá de poco si el compromiso no se extiende también a los próximos presupuestos y la estabilidad del Ejecutivo. El camino que inicia Esquerra es largo, complejo y difícil. Y le será necesaria la misma resiliencia que ha demostrado a la hora de decidir el sentido de su voto ante la investidura.