En nuestra tierra son muchas las veces en que doblar una esquina supone recibir un impacto de cierzo que nos recuerda, por si lo habíamos olvidado, que la naturaleza sigue estando ahí por mucho que nos empeñemos en lo contrario. De algún modo ese viento nos resitúa y nos obliga a reaccionar protegiéndonos. En ese sentido, las esquinas funcionan como grandes maestras. En ellas convergen dos lados: el del presente, en el que nos hallamos imbuidos de pasado y con fabuladoras composiciones del porvenir; y el del futuro, ese gran desconocido que acaba haciéndose amo de la realidad.

Pues bien, ahí me parece a mí que estamos precisamente en estos momentos: en una esquina del tiempo, a punto de doblarla para encontrarnos con no sabemos muy bien qué, ni para cuánto, ni de qué modo. Quienes tenemos costumbre de lidiar con el cierzo sabemos que las esquinas pueden ser peligrosas.

Algo menos traicioneros resultan los chaflanes, es verdad, porque nos regalan algo más de espacio y con él de tiempo para adaptarnos a lo que de inmediato nos espera. Sí, tengo la sensación de que lo nuestro de ahora es una esquina, una esquina del tiempo, una arista que cortante y sin piedad nos obliga a pasar al otro lado del que, aunque ignoramos los detalles, más que intuir sabemos que, al menos por el momento no pinta ni compasivo ni amable. La realidad, como si una discípula de nuestro cierzo se tratase, nos ha dado una buena bofetada, una áspera llamada a la humildad a la que, cuando no se llega por los propios medios y voluntariamente se suele acabar llegando con el tirón de orejas que la vida impone. Ni somos invencibles, ni tan listos, ni tan estupendos como creíamos: somos humanos o lo que es igual, hijos de dioses que no llegan a serlo aunque, visto lo visto, muchos lo creen. En este impasse forzado algunos ven un ajuste de cuentas por parte de la naturaleza. Yo me atrevo a atribuirle a la naturaleza tal voluntad, en cambio, lo que sí creo advertir es la breve historia de un balance. Observo y oigo de aquí y de allí, de personas a las que conozco y de otras a las que no, que buena parte de estas horas y días se han convertido en la circunstancia «perfecta» para hacer balance: balance de nuestras decisiones, de nuestros miedos, confesados y ocultos, balance de nuestras omisiones y secretos, balance de nosotros mismos. En parte porque no sabíamos ni sabemos qué va a ser de nosotros, habiendo visto cómo caían y se iban, sin querer ni despedirse, personas anónimas, próximos, perfectos desconocidos cuya muerte nunca sospechamos que nos afectaría como lo ha hecho. Agazapada, la angustia se ha apoderado por momentos de nuestras sociedades, de nuestras vidas, de los nuestros. Siendo ello así, ¿qué podemos hacer al doblar la esquina?, ¿qué debemos hacer? A menudo me hago esa y otras preguntas. Otra que me ronda por la cabeza un día sí y otro también es: ¿acaso como dice la expresión nos merecemos a los políticos que tenemos?, ¿de verdad?, ¿tan perfectibles somos? Por supuesto no puedo dar respuestas, mucho menos soluciones. Me conformaría con dar algo de ánimos y en ese afán solo se me ocurre decir que en esta esquina hay un hueco reservado para nuestra libertad. Puede que sea un hueco pequeño, sí, pero importante, crucial, pues ni todo está dicho, ni hecho. Y es que nuestra forma de estar ahora en la esquina activos, reflexivos, críticos, compasivos determinará, de alguno modo, nuestra forma de ser después, al otro lado de la arista.

*Universidad de Zaragoza