La opción más razonable para la construcción de un nuevo estadio en Zaragoza ha acabado por imponerse: el campo seguirá en su sitio en una intervención que ordenará además los servicios y el tráfico de la zona. El traslado en las condiciones que se planteó en la pasada legislatura, con una fuerte operación especulativa en el entorno, era absolutamente desdeñable. Es un hecho innegable que se tienen que generar plusvalías para asumir la nueva construcción, pero plantear un proyecto con macroedificios de lujo, como pretendía el PP, era una aberración que no ayudaba a mejorar ni el barrio ni la ciudad.

Así las cosas, las dudas que urge resolver ahora son, por un lado, la compatibilidad de las obras con el desarrollo normal de las competiciones en las que pueda estar inmerso el Zaragoza en los próximos años. Por otro, el modelo de estadio que se levantará y, por último, y no menos importante, el beneficio social que la intervención acarreará para el sector con todas las obras complementarias que prevé el estudio inicial. Despejadas estas incógnitas, sólo cabe pedirle al ayuntamiento seguridad en la decisión y la mayor urgencia en el desarrollo de un proyecto que no puede demorarse más.