Muchos economistas, sobre todo los entusiastas defensores del ultraliberalismo, se están convirtiendo en meros comentaristas de datos estadísticos. Cada semana, casi cada día, los medios de comunicación abruman al personal con estadísticas para explicar cómo evoluciona la situación del bolsillo de los ciudadanos y la marcha de la hacienda pública: tasa de paro, tasa de empleo, producto interior bruto, prima de riesgo, salario medio, renta disponible, masa monetaria, masa salarial… Entre tanta cifra, el ciudadano de a pie se siente perdido, confundido y superado; probablemente se trata de eso, de despistar al personal para que no vea lo importante a base de enseñarle árboles de cifras que impidan ver el bosque de la realidad.

Ayer se dieron a conocer los datos del paro registrado en España. Según los registros de las oficinas correspondientes, en febrero, que es un mes de irregular comportamiento en este asunto, ha habido un descenso de 9.385 personas en toda España, de las cuales 2.818 corresponden a Aragón. Con estas cifras sobre la mesa, los gobiernos español y aragonés han mostrado su satisfacción.

Pero se trata de cifras, sólo números que no explican la situación real de la economía, pero que la maquillan y la dulcifican. Desde luego que baje el paro es una buena noticia, pero relatado así, sólo con fríos y asépticos guarismos, no se explica lo sustancial. Porque lo importante es contar cómo se producen esos nuevos empleos, qué condiciones de trabajo hay detrás de las cifras, qué salarios, qué tipos de contrato y de qué duración. Porque la mayoría de los contratos que se están firmando en los últimos años, fruto de la reforma laboral que el PP aprobó en la época de su mayoría absoluta, son a tiempo parcial o a cortísimo plazo (los hay de un solo día de duración) y algunos con tan magras remuneraciones que son pura explotación y abuso hacia el trabajador.

El consumo (si es responsable y sostenible mejor) y el crecimiento económico equilibrado y constante ya no está relacionado con el crecimiento del empleo, pues se habla de “empleados que viven en la pobreza” a causa de sus bajísimas remuneraciones, sino de la masa salarial y, sobre todo, de que los trabajadores cobren salarios dignos y justos para que la desigualdad social y económica, que crece de manera indignante, no acabe por configurar una sociedad compuesta por un puñado de muy ricos y una mayoría de pobres. En las condiciones actuales, me temo que, si no cambian las cosas y la política, a eso vamos. H *Escritor e historiador