En tiempos de pandemia muchos sectores económicos afectados reclaman a las distintas Administraciones públicas apoyo, créditos, ayudas directas, planes alternativos para hacer caja. Son evidentes los daños del parón económico, un parón que se prolonga acabando con los ahorros y debilitando la esperanza. Hay que ver con normalidad tales reclamaciones, aunque a veces se hagan de manera poco adecuada e insinuando que su negocio está por encima de la protección a la salud de los ciudadanos, (como alguna política irresponsable e incompetente, se encarga de repetir sin que nadie le haga una moción de censura). Es preciso pensar también de qué caja salen esas ayudas que no es otra que la caja común de los impuestos, esos que pagamos entre todos, excluyendo a los que más tienen que son los que menos pagan, a los de las cuentas en Suiza y a los que viven de la estupidez humana que se van a Andorra.

Estoy encantado con esta reclamación de la solidaridad, con este reconocimiento de que es el Estado, en sus diferentes niveles, el que ha de tratar de que nadie se quede atrás. Y de que hay que pagar impuestos porque si no, no hay de donde sacar. Como en la gran crisis posterior a la II Guerra Mundial, renace el sentimiento de solidaridad. Fue en ese momento cuando se impuso la expresión «seguridad social».

Lord Beveridge había propuesto en 1942 el papel del Estado en la protección contra los riesgos, en la redistribución de los ingresos y en una política económica que reduzca las desigualdades. En todas las crisis no es el individualismo egoísta, no son los que tratan de disminuir el papel del Estado, no son los que siempre tienen en la boca la reducción de impuestos, los que aportan soluciones. La derecha neoliberal clama para que las administraciones provean de fondos, unos fondos que ellos están empeñados en disminuir.