Hace unas semanas, los que nos creemos dedicar al análisis de la actualidad política contábamos que la nueva campaña electoral pivotaría sobre la estabilidad económica frente al brexit y el desbloqueo institucional. De ahí la fortaleza de Más País y el cambio de discurso de Ciudadanos y del Partido Popular. Pero en quince días, ante la imprevisión del alcance de las reacciones de la sentencia del Tribunal Supremo sobre el procés y el cortoplacismo de las estrategias, nos encontramos ante un estado general de emociones al límite.

Con Vox en alza insospechada, en algunas encuestas hasta el tercer lugar, sin haber hecho casi nada en estas semanas imitando al Partido Popular que ya roza los 100 escaños. Bueno sí, celebrar mítines en los lugares donde más se visualice la confrontación, como el del domingo de Abascal en Bilbao, octavo aniversario del fin de ETA. Ciudadanos también es usuario avanzado de esta modalidad, con el llamamiento de Albert Rivera al encarcelamiento de Torra en el mejor escenario posible, la plaza Sant Jaume, intentando remontar a golpe de agitación el desplome que le pronostican. De agitación no solo sabe el independentismo que sigue desbordado por la crisis del orden público, pero el nerviosismo en las filas de ERC es manifiesto.

Rufián abucheado y acusado de traidor, pidiendo la dimisión del conseller Buch, Junqueras desde la cárcel a la espera de alianzas transversales más allá del independentismo. Las tensiones entre ERC y Torra dejan a un movimiento descabezado, cada vez más preso del hacktivismo. Una única institución permanece impasible, la Presidencia de la Generalitat esperando la inhabilitación para consagrarse en la nueva víctima.

El desconcierto debe ser también una sensación poderosa en Moncloa, donde alguien debe estar reconsiderando si las nuevas elecciones fueron tan buena idea. Aguantando el tirón, entre las demandas contrapuestas de unos y otros, con un esfuerzo explicativo diario del ministro Marlaska, midiendo mucho las palabras en cada intervención. Les queda la exhumación de Franco, igual pasa hasta inadvertida, sería un buen final para el dictador.

La inquietud de todos nosotros se ha visto reforzada con siete días de retransmisión permanente de la pornografía de los disturbios. No hay mejor abono para la viralización de los bulos y mentiras, son el complemento perfecto para un constante bombardeo de informaciones fragmentadas, bien diseñadas que progresivamente nos construyen nuestra realidad emocional.