Estos días supimos que las partidas de huevos contaminados con fipronil, tras haber llegado a 16 países europeos y Hong Kong, también han sido detectadas en España, concretamente en una explotación de Vizcaya. La alerta -como saben, es un plato que se sirve hirviendo- saltó y la administración sanitaria española tuvo que salir al paso y aclarar que la detección de la partida de huevos garantiza precisamente que no haya entrado en la cadena alimentaria. A falta de una versión más fiable, daremos por buena la explicación del Gobierno. Los científicos, además, aseguran que un ser humano debería zamparse miles de huevos contaminados de una sentada para correr peligro grave. ¿Dónde está el problema, pues? Resulta que el fipronil, un insecticida bastante habitual, no se puede usar en productos alimentarios. Además, los científicos ponen en duda su eficacia. Y, oh, sorpresa, es más barato que otros productos.

El escándalo ha demostrado que un desaprensivo (aún no se sabe si en Bélgica u Holanda) ha querido ganarse unos eurillos a costa de usar un insecticida prohibido en la alimentación de las gallinas. La Unión Europea ya suma un historial notable de escándalos alimentarios, que en la mayoría de casos revelan la voracidad de una parte de la industria agroalimentaria cegada por el beneficio inmediato. Una vez más, Bruselas ha demostrado sus habituales reflejos y ha convocado una cumbre sobre el tema para ¡el 26 de septiembre! No aprendemos.Parafraseando otra consigna indignada, «no hay huevos para tanto chorizo».

*Periodista