Decía Núñez Feijóo este fin de semana, que mejor le iría a este país si no tuviésemos una serie de políticos adolescentes. Lo dijo sin nombres propios, repartiendo por igual, que eso es mucho de estadista. Es difícil calibrar por su comportamiento en qué edad se encuentran nuestros líderes, lo que tiene más fácil observación es el enfado monumental que tenemos los gobernados.

Nuestro fastidio, cultivado con mimo a lo largo de los últimos diez años, va a acabar pareciéndose a un berrinche infantil en el que no caben ni razonamientos ni promesas de futuro para consolarnos. Estamos hartos, y es difícil vaticinar quienes canalizaran tanta expresión negativa, que como todo el mundo sabe es lo que más une.

En 2014, el voto de los descontentos, de una manera transversal, se lo llevó Podemos Ahora, una vez abandonada la transversalidad y a la mitad de sus dirigentes por el trayecto es uno de los protagonistas del enfado colectivo. Al año siguiente, en las legislativas del 2015 irrumpió Ciudadanos, recogía el voto de castigo a la corrupción, a los excesos del bipartidismo, con un discurso de regeneración política y de vuelta a la unidad de España, que resulta que se nos había perdido. En cuatro años, todo esto está también dinamitado, y sufren explosiones controladas dentro de la misma organización. En 2018, el enfado de la derecha de toda la vida creo Vox, un partido que buscaba soluciones complejas y alentaba la convivencia democrática entre los españoles; bueno entre españoles de ultraderecha que profesaran la única religión verdadera, con la única idea de patria y la de género. Este globo parece que es el que más pronto se ha desinflado, y ya no forma parte del descontento general si no más bien de la parodia.

Y aquí estamos, elucubrando sobre la vuelta o no al bipartidismo, ese del que hace cinco años renegábamos y con todas las nuevas propuestas abrasadas. Con unos liderazgos casi presidencialistas en el interior de los partidos, pero muy debilitados para la opinión pública, o sea, nosotros los enfadados. Tanto si la respuesta es la inhibición en los asuntos políticos como la entrega de nuestras esperanzas a cualquiera que nos prometa amor eterno seguiremos metidos en un embrollo monumental. Es imposible olvidarse del «¡Hala, a la mierda, joder!» de José Antonio Labordeta en el Pleno del Congreso, cuando algún diputado del grupo parlamentario popular le mandaba a buscar su mochila. Ese es ahora el sentimiento colectivo. Ojalá consigamos superarlo.