Los resultados económicos del segundo trimestre han confirmado una clara recuperación del PIB, apuntando a valores por encima del 2% para el 2015. Así, tras los magros avances trimestrales del tercer y cuarto trimestres del 2013 (0,1% y 0,2%), el 0,4% del primero del 2014 y el 0,6% del segundo nos sitúan entre los países con más éxito en el área del euro. Guindos y Rajoy tienen motivos para congratularse y presentar el éxito de su política ante la opinión pública española y ante sus socios, en especial Angela Merkel pero también Renzi y Hollande.

No seré yo quien dude de esos datos. Pero no es oro todo lo que reluce. Y tras este crecimiento subyacen preocupantes problemas. Ya nos pasó en los 2000, cuando el PIB avanzaba a tasas del 3,8% anual (promedio 1997-2007) y nuestro empleo aumentaba más todavía, pero con un débil sustrato. Por ello estarán conmigo en que el puro aumento del PIB poco indica respecto de su solidez; y sobre si se están resolviendo los desequilibrios que nos condujeron a la catástrofe de la que estamos emergiendo.

El problema de España en 2007-2008 era el exceso de deuda privada interna (familias, empresas no financieras y sector financiero) y de deuda con el resto del mundo. Todo lo que vino a continuación, desde el colapso de la actividad a la destrucción de empleo y la explosión de deuda pública, no fueron más que corolarios inevitables de unos excesos de deuda que jamás debieron tolerarse. Además, la crisis financiera internacional acentuó la gravedad de la situación. Tuvimos un claro ejemplo de ello cuando, entre el verano del 2011 y el del 2012, la desconfianza sobre la capacidad de pago de España con sus acreedores del exterior provocó una importante hemorragia de capitales y, con ella, una brutal elevación de la prima de riesgo, un colapso de la inversión, una nueva caída de la actividad y, finalmente, la destrucción de más de 1,5 millones de empleos, a añadir a los más de dos millones perdidos en la primera fase de la crisis. Es de esta segunda recesión de la que estamos emergiendo. Una crisis dentro de la crisis provocada por la desconfianza hacia España para atender sus obligaciones con los acreedores internacionales.

Hoy la deuda neta exterior de España supera la friolera del billón de euros, en el entorno del 100% del PIB. Existe un amplísimo consenso sobre la necesidad de que España la reduzca desde esos valores a otros menores, situados en el entorno del 40%-50%, que nos colocarían en una zona más resguardada de potenciales crisis de confianza en los mercados financieros internacionales. Y para obtener dicha reducción es preciso tanto crecer como generar superávits exteriores durante un largo periodo de tiempo, quizá una década, como ha señalado la Comisión Europea en su último informe sobre la economía española.

Es en este contexto en el que la estructura de nuestro crecimiento que apuntan las últimas cifras es problemática. Porque de nuevo regresamos a un modelo que siempre ha terminado mal. El de basar la mejora del PIB en la demanda interna al tiempo que se resta expansión merced a un aumento más intenso de las importaciones que de las exportaciones.

No voy a negar que, en el contexto del desempleo actual y de la caída de precios, este aumento del PIB tiene aspectos positivos. El más importante, el de compensar la contracción de los precios, y con ello estabilizar la ratio deuda/PIB. Pero sería un error no destacar que la base de la recuperación ha sido el consumo privado (que ha pasado de caer un -3,0% anual en el segundo trimestre del 2013 al +2,4% en el segundo del 2014) y --y este es el único aspecto positivo-- de la inversión en maquinaria. Con ello, en estos dos últimos trimestres la positiva contribución del saldo exterior al crecimiento ha cambiado de signo.

Así, tras el periodo 2011-2013, en el que fue el sector exterior el que tiró de la actividad impidiendo una mayor crisis, de nuevo regresa el protagonismo de la demanda interna, y con él la necesidad de más endeudamiento exterior. Como indican las estadísticas del Banco de España, hemos pasado de prestar recursos al resto del mundo en el primer semestre del 2013 (2.900 millones de euros) a volver a endeudarnos en los seis primeros meses del 2014 (5.900 millones). Mal asunto para un país tan endeudado como el nuestro.

Es el eterno retorno de una España adicta a la droga de la demanda interna. Aunque no hablemos de ella, nuestra deuda exterior continúa ahí, parece que inamovible. Y el protagonismo del consumo interno no la va a reducir. Por ello no hay excesivos motivos para el optimismo de Rajoy y Guindos. Son las dos caras de nuestra Juno: hay que crecer, cierto; pero, al tiempo, reducir el endeudamiento. Para España, una aparentemente imposible combinación.

Catedrático de Economía Aplicada.