Casado o no, lo ignoro, ese tal ha dicho a las mujeres que han de «parir más y decidir menos». Sea quien sea él, parece un macho de pena y apenas alguien que merezca consideración alguna después de pronunciar esa parida. No obstante si dejamos a un lado la segunda y entendemos parir como dar a luz, podemos celebrar un buen consejo en su primera parte.

Decidir obviamente lo deben hacer igual mujeres que hombres. Parir, en cambio, que es cosa de ellas, siempre es bueno en principio aunque mejor --¡quién lo duda!-- si se decide de común acuerdo. Y apenas cuando se pare lo que se engendra a tontas y a locas. Que es fácil hacer un hijo como los animales. Pero los padres --y no sólo la madre-- tienen que educar después a la criatura para hacer de ella una persona. Por eso han de pensar dos veces lo primero y hacer con decisión lo segundo, que es lo importante. El problema en este país no es la despoblación ni un invierno demográfico lo que padecemos, sino un invierno ciudadano y una educación bajo cero en términos de calidad humanista. Dicho lo cual, lo que sigue no responde ya a lo que ha dicho un macho deslenguado. Sino que es una reflexión que viene al caso sobre el feminismo que nos concierne a todas las personas, aunque afecte inmediatamente a las mujeres. Y unas líneas que dedico a la educación de los hijos en el contexto de una ética del cuidado.

Entiendo el feminismo como reivindicación de los mismos derechos y la misma dignidad para unos y otras. En este sentido somos muchos ya --pero todavía pocos por lo que veo-- quienes nos declaramos feministas sin ser afeminados. De igual manera que ellas --camaradas nuestras-- no se transforman en marimachos al luchar por su causa. Conscientes de que no somos nadie los unos sin las otras y a la inversa; de que no hay Yo sin Tú y de que es en esa relación donde nos reconocemos como personas y no hablando sobre ellas o ellos sino entre tú y yo, defendemos un feminismo humanista compatible con las diferencias de género. La opción estratégica que nos lleva a alistarnos en las mismas filas, nada tiene que ver por tanto con el desprecio de las diferencias entre las mujeres y los hombres que enriquecen a la humanidad entera.

Desde este punto de vista y en el mismo contexto, me interesa destacar aquí la aportación de las mujeres por su condición y devoción --dedicación y entrega preferente- al cuidado de la vida. No solo de los hijos ni de la casa donde se vive, sino del mundo de la vida: de todo lo que nace y crece alrededor. Parece como si los hombres nos hubiéramos especializado más en hacer cosas y domesticar a la naturaleza: dominarla y defenderla como se defiende una propiedad. Y las mujeres en cambio en atender, en criar y cuidar todo lo que nace y vive. Aquellos, nosotros, habríamos desarrollado así la razón instrumental y por tanto las técnicas. Y poco la otra, la que tiene sus raíces en el corazón y cultivan más las mujeres, la que comprende y acoge. La que ayuda a crecer, la que cuida, la razón práctica que ayuda a la vida y en la vida.

En una sociedad de consumo que nos consume a todos y todas --que destruye el mundo y explota la naturaleza sin contemplaciones-- una ética del cuidado es la alternativa. Me refiero, por supuesto, al cuidado de la vida humana. Pero no solo de eso, sino también al cuidado de la vida en general: de los animales y de las plantas. Incluso de todas las cosas de la creación entera. No porque los animales tengan derechos. Ni de las plantas, que tampoco. Sino porque las personas tenemos obligaciones. No soy animalista, pero no consiento que maltraten a los animales. Ni me gusta pisotear las plantas, ni tan siquiera dar patadas a las cosas que están ahí sin hacer nada.

Creo que estamos aquí para cuidar el huerto, como Adán en el paraíso. Que somos la conciencia de la creación entera, los responsables: los únicos sujetos. Y que los hombres, en vez de hacer y deshacer lo que nos venga en gana, lo mejor que podríamos y no hacemos sería ayudar a la vida donde quiera se dé y cuidar de las cosas donde quiera se hallen. Estoy convencido de que las mujeres tienen mucho que enseñarnos en esto, y nosotros mucho que aprender.

Una ética del cuidado es ecológica y ecuménica, incluso económica: su objetivo es vivir y dejar vivir, ayudar a la vida en toda la Tierra. Pero es aquí --en casa o la parcela, regando el huerto o la maceta sin desperdiciar una gota- como se contribuye a conservar el clima en todo el planeta. Aquella delicadeza femenina con que he visto regar una maceta de geranios en casa, podría ser un ejemplo para todos. ¿Seremos capaces de aprender de ellas? ¿O andaremos por ahí como adanes en el huerto sin acordarnos del amo?

*Filósofo