Eran tantas las evidencias en contra de Cristina Cifuentes que se hacía difícil decir cuál era la peor, aunque en la categoría de im-per-do-na-ble siempre debería figurar la mentira flagrante y continuada de un responsable político. Lo que hubiera supuesto un motivo de dimisión o cese en muchos países europeo (incluso en EEUU es razón suficiente para tumbar a presidentes) aquí se convirtió en un sainete que ha terminado de la forma más vergonzosa y sorprendente. En una democracia saneada, el caso máster se hubiera cobrado el cargo de la protagonista en horas, como un resorte. ¡Chas!. Adiós. En España, no, claro. Aquí hemos tenido que esperar para comprobar, por ejemplo, que, cuando se trata de las altas esferas del poder, hay gente capaz de meter la sanguinolenta cabeza de un caballo en la cama de cualquiera de los suyos.

A la vista está que el PP se olvida de la ética y se centra en la estética. El caso de las cremas regeneradoras (Olay Regenerist, qué ironía) de la ya expresidenta de Madrid se suma por ejemplo al de los trajes de Francisco Camps o el bolso Louis Vuitton de Rita Barberá, dos aparentes nimiedades que crecieron poco a poco hasta terminar en bochorno gracias a la necesaria complicidad de la cúpula del partido (siguiendo con el simil mafioso, no olvidemos que Al Capone lo cazaron finalmente por defraudar al fisco).

En cuanto a la escasez de ética, es significativo el vehículo elegido para deshacerse cruelmente de Cifuentes. Un medio de comunicación que entre otras cosas rebautizó a Pedro Santisteve como «el alcalde podemita de la gomina» (estúpido asunto aquel que sin embargo algunos quisieron transformar en algo parecido al Watergate), o que se inmiscuyó en el intento frustrado de acabar con la carrera política de la diputada socialista Susana Sumelzo a cuenta de relacionarla suciamente con la empresa de construcción de su hermano en Ejea.

El aire ahora mismo es tan fétido que lo lógico es vaticinar que la batalla de Madrid (y por consiguiente la del resto de España) no ha hecho sino empezar. Abierta la barra libre de las puñaladas por la espalda, con todos los partidos disimulando sus verdaderas y electorales intenciones, no está de más evocar aquella mítica secuencia de El Padrino, uno de los mejores diálogos de la historia del cine, en la que don Vito (Marlon Brando) le advierte a su hijo Michael (Al Pacino): «El que te proponga conversaciones es el traidor». H *Periodista