La irrupción de Vox en el panorama político español ha provocado un consenso sobrevenido en torno a la necesidad de defender nuestras instituciones democráticas. Aunque entre quienes dan hoy la voz de alarma se cuenten algunos de sus enemigos, lo cierto es que las sociedades abiertas deben protegerse de los envites del totalitarismo en cualquiera de sus formas. En este sentido, son pertinentes las críticas que se están vertiendo sobre el pacto alcanzado por PP y Cs para desalojar al PSOE de San Telmo; del mismo modo que lo son las que se vierten sobre las alianzas implícitas que mantienen a Pedro Sánchez en la Moncloa. Sin embargo, en el origen de ambas situaciones están unos resultados electorales que son difícilmente impugnables y que sitúan en el centro del sistema a fuerzas que buscan su destrucción. De hecho, sólo una lectura distinta de la voluntad popular y de la política de pactos por parte de las fuerzas mayoritarias podría contrarrestar estas circunstancias, pero tanto PP como PSOE han dado muestras claras de estar lejos de asumir esta realidad, dejando así vía libre al crecimiento de Cs.

Con todo, la amenaza que supone el auge de los populismos en Europa y buena parte del mundo occidental no debe hacernos olvidar que su éxito radica en una crítica más que justificada a un sistema democrático-liberal que mostró todas sus carencias con motivo de la crisis de 2008. La incapacidad de poner freno a los excesos del capitalismo, de reformular las reglas del comercio y las finanzas mundiales, de luchar contra desafíos como el cambio climático o la oleada de migraciones… pero, sobre todo, de adecuar los valores heredados de la Ilustración y las conquistas sociales del siglo XX a las nuevas sociedades del siglo XXI han alimentado el avance de la entropía. Con el regreso de los tiempos difíciles, una nueva generación de líderes ha vuelto a sacar de la chistera soluciones mágicas basadas en la confrontación y un sentimiento de falsa seguridad que tan malos resultados dieron en el pasado. Ahora bien, confundir los síntomas con la enfermedad solo llevaría a errar el tratamiento: de nada servirán los cordones sanitarios si no se atajan los problemas de fondo; algo que requiere tanto de ideas como de valentía para llevarlas a cabo.

En realidad, buena parte del dilema se resume en la que ha sido bautizada como la maldición Junker: «Sabemos lo que hay que hacer, pero no sabemos cómo ser reelegidos después de hacerlo», espetó el hoy presidente de la Comisión Europea ante el desafío que planteaba la crisis de deuda soberana en varios países de la Unión. Dicho y hecho: pese a las advertencias del establishment, los electores fueron coronando a fuerzas como Syriza en Grecia, la Liga Norte y los grillini en Italia o Ley y Justicia en Polonia, mientras otras análogas se abrían paso en el resto de países comunitarios. Unos pocos años después, ya podemos hacer balance de los logros de estas formaciones: durísimo rescate heleno sobre las espaldas de funcionarios y pensionistas, clara regresión democrática en países como Hungría y Polonia y una debilitación enorme del proyecto europeísta. Sin ir más lejos, el gobierno italiano encabezado por Conte ha tenido que rendirse estos días a la evidencia, rectificando unos presupuestos en los que las promesas de rebaja fiscal y de implantación de una renta de ciudadanía resultan ya prácticamente irreconocibles.

Hubo un tiempo, que hoy parece remoto, en el que los dirigentes políticos apelaban a la ética de la responsabilidad en el momento de asumir sus funciones. Así, sin renunciar al legítimo deseo de mantenerse en el poder -pero entendiendo lo contrario como algo natural- los gobernantes podían dirigirse a la ciudadanía para pedir sangre, sudor y lágrimas (Churchill), un compromiso activo en el devenir del país (Kennedy) o un sacrificio prolongado en medio de una crisis económica con rasgos estructurales (Fuentes Quintana). Lamentablemente, la generalización de una selección inversa en la elección de los cuadros y dirigentes de los partidos que ha imperado durante los últimos años ha colocado en primera línea a personas poco dadas a asumir retos. Pero la necesidad obliga y van a tener que aprender sobre la marcha, so riesgo de ser igualmente desalojados.

*Periodista