Las instituciones más importantes son los ayuntamientos y, por primera vez, la Unión Europea. Unos porque legislan y ejecutan las cuestiones más cotidianas y cercanas de la gente y son en las que mejor y más podemos influir. Otra, porque toma las verdaderas decisiones económicas, monetarias y políticas en Europa, impone su modelo económico y acepta someterse sin pudor al estado alemán y sus ansias de control europeo y al poder económico. El viejo sueño europeo es hoy una pesadilla que vomita sus caprichos en el sur y que no tiene ningún control democrático.

A los primeros les ataca de frente la Ley Antiayuntamientos (Ley de Reforma de la Administración Local) para vaciarlos de las competencias en cuya gestión han sido más eficaces que nadie. Una especie de disimulada "privatización" para convertirlos en meros gestores de las decisiones tomadas lejos y para suprimir a los más pequeños que, en Aragón, pueden ser 500. Esta ley puede dejar sin políticas culturales, educativas y sociales a las ciudades que atienden a la mayoría de la población de Aragón. Las ciudades son a menudo el lugar en el que se pagan, se sufren o se debe arreglar las consecuencias de políticas designadas en instancias más altas y el lugar donde se acumula la "basura" que los efectos globales generan. Alegar que mejora la gestión es una falacia supina. La DGA, recortando a tijeretazos inmisericordes y aumentado su déficit, es el ejemplo paradigmático de lo contrario.

La UE es aún considerada por muchos lejana e inútil, sus elecciones nunca han superado una participación del 45%. Crece la fractura entre el centro y la periferia. En sus listas los grandes partidos suelen pagar favores o acomodar viejas glorias. Pero después de las elecciones de mayo, esa UE tomará más decisiones que nunca. Los estados nacionales fueron un avance político a partir de las revoluciones de 1848, la primera vez que los estados iban a ser otra cosa que propiedad privada de las monarquías. Pero hoy los retos son una Europa con otros criterios monetarios y sociales, y las políticas territoriales de pequeña escala, colaboradoras y descentralizadas. Y eso no se consigue pasando de las decisiones de Bruselas y su vergonzosa burocracia como si nos quedaran tan lejos como un viaje a pie. Sino votando contra los ruinosos desvelos neoliberales, contra Christine Lagarde y Joaquín Almunia, contra las tesis de Merkel y contra las derivas ultras. Impulsando un parlamento con verdadero poder (no el poder personal de los comisarios entregados al deseo de los dueños de las cosas), control democrático y política social y verde. Y quizá favoreciendo una "Primavera del Mediterráneo", deliciosa expresión usada por Alexis Tsipras, líder de Syriza y reflejo de otro modo de ver las cosas. Es el único proceso electoral en el que cada voto cuenta por igual frente a la ley DIHont que rige en España, diseñada para concentrar votos y una mayoría bipartidista.

Si no se contrapone un voto distinto, la vieja maquinaria hipócrita se va a quedar para siempre, contenta de la escasa participación. Y si permitimos cercenar la capacidad de los ayuntamientos habremos dado otro gran paso contra el control democrático de la política. Y las dos instituciones más importantes no serán parte de la solución.

Periodista y activista. Blog.fernandorivares.com