La Europa de los Veinticinco ya tiene Gobierno. José Manuel Durao Barroso presidirá una Comisión integrada por un representante, pero sólo uno, de cada socio de la Unión. El exprimer ministro portugués ha constituido un Ejecutivo formalmente equilibrado entre países grandes y pequeños, ricos y pobres, antiguos y nuevos socios. Nadie puede sentirse agraviado con el Gobierno con el que Barroso dirigirá la política europea desde Bruselas. Al contrario, la defensa que el propio presidente hizo de la necesidad de que sus comisarios gobiernen en equipo es ilusionante en la perspectiva de hacer crecer al gigante económico con pies de barro políticos que es la UE cada vez más compleja. Con todo, ese acierto de Barroso es sólo un primer paso. Con el poder de la Unión en manos de los jefes de Estado y de Gobierno, el presidente de la Comisión es el piloto de la nave común. Como tal deberá buscar un nuevo equilibrio con el Parlamento Europeo y, sobre todo, lograr que sus comisarios gobiernen con patriotismo común y antepongan los intereses europeos a los nacionales. La ampliación de la Unión brinda esa oportunidad, que no tiene por qué afectar al peso político de cada Estado. Y eso no es poco.