Bastaría un repaso a la hemeroteca de estas últimas semanas para recopilar los argumentos que, al parecer, justificarían la más que previsible bajísima participación en las próxima elecciones europeas del 25 de mayo. Sin embargo, un análisis más atento puede que nos dé una imagen de la realidad más obscena.

No podemos obviar el hecho de que, desde su gestación hace 60 años con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero y los Tratados de Roma, la Unión Europea se ha ido configurando como un espacio de libre circulación de capitales y mercancías sin sentar los cimientos de una auténtica arquitectura política, económica (que es mucho más que monetaria) y democrática basada en una ciudadanía que actúe en el espacio público compartido y en la que resida la soberanía.

La compleja arquitectura institucional es el reflejo de un pulso continuo entre quienes apuestan por un modelo más cercano al federalismo o los que defienden un juego anclado en lo intergubernamental con mayor protagonismo de los Estados miembro. Por si fuera poco, se ha convertido ya casi en un lugar común entre buen número de analistas referirse a la UE como un OPNI --Objeto político no identificado--, señalando el carácter desconocido y de evolución imprevisible, no solo de su proceso de constitución, sino de lo que es más importante: su naturaleza política.

A la complejidad del entramado institucional y los procesos de toma de decisiones hay que sumar el consabido y denunciado déficit democrático, así como la ausencia de una ciudadanía europea que se piense y se entienda a sí misma como tal. Todo esto son síntomas de esa ambigua, desconocida y experimental naturaleza política desde la que nace la Unión Europea y cuyo destino no está escrito, por mucho que los tratados intenten acotar la realidad.

Estos argumentos bastarían para entender y justificar el escaso interés que siempre han despertado las elecciones al Parlamento Europeo y la dimensión, claramente nacional, que tiene todo lo que rodea a estos comicios: partidos básicamente nacionales, candidaturas y circunscripciones nacionales, candidatos procedentes de cargos públicos u orgánicos de ámbito nacional, y por tanto, campañas protagonizadas por debates internos de cada Estado. Al menos, en España.

SIN EMBARGO, el estudio de la realidad debería provocar un ejercicio de valentía para leer lo que las urnas digan el próximo 25 de mayo. En España, la abstención en las elecciones europeas ha ido creciendo desde aquel 32% del año 1987 en que nos estrenábamos como europeos, hasta el 54% del 2009. Pero no han sido los europeos los únicos comicios en que se ha producido esta evolución. Elecciones municipales, autonómicas y generales han ido viendo cómo aumentaba el número de electores que decidían no acudir a las urnas, y las encuestas sobre las próximas citas electorales ahondan en la misma dirección.

Hablar hoy de desafección democrática, de desprestigio de la política y de desconfianza de la ciudadanía en todo lo que suene a establishment no es ninguna novedad, ni en el ámbito europeo ni en el estatal, autonómico o municipal. Ahí está el 15-M y su estela para testificarlo. Pero la foto resulta más escabrosa si analizamos algunas de las variables que pueden incidir de forma especial en esa abstención electoral. Según un estudio de la Fundación Bertelsmann, en Alemania existe una clara correlación entre abstención electoral y nivel de paro. En aquellos distritos más humildes la participación es considerablemente más baja.

¿Y EN ESPAÑA? El politólogo y periodista Michael Neudeker acude a los datos de las elecciones de noviembre de 2011 y constata cómo en España también se cumplen las pautas del estudio de la Fundación Bertelsmann: las zonas con mayor abstención estaban entre las de mayor tasa de paro, menor renta per cápita y menor nivel medio de estudios. En España la tasa de paro ha ido aumentando hasta situarse en el actual 26,7%, casi cuatro puntos más que en noviembre de 2011. Según Eurostat, en nuestro país el PIB por habitante ha descendido de manera notable a una situación de hace 14 años y la tasa de abandono escolar en 2012 era del 28,8%, el doble que la media europea.

Por si esto fuera poco, España se encuentra, según la OCDE, entre los países donde más ha crecido la desigualdad, dando lugar a mayores desequilibrios que nos llevan a esa sociedad de los tres tercios, el riesgo y la vulnerabilidad estructural.

El próximo domingo, cuando unos y otras nos escandalicemos de ver cómo la abstención pasa holgadamente del 50% --¡y ojalá me equivoque!--, podemos quedarnos en la consabida lejanía y frialdad de las instituciones europeas o ser valientes y empezar a ver cómo entre todos reconstruimos este pacto social que ha saltado por los aires y que, junto con el Estado de Bienestar que hoy añoramos, fue el que posibilitó una Europa unida y próspera que nos ha permitido disfrutar de más de 60 años de paz.

Politóloga