En las décadas de los 60 y los 70 del siglo pasado, el ideal de Europa, para muchos españoles, era una mezcla de prosperidad, libertades y progreso, bajo el prisma de la ilusión en alcanzarla y la utopía que para su logro significaba, hasta 1975, el régimen político que nos gobernaba. Nuestra incorporación en los 80, fue un sueño que ha ido acompañado de bienestar material, progreso social y consolidación de las libertades y del Estado de Derecho, sin parangón en los últimos siglos.

Las últimas semanas, vertiginosas, desde las elecciones europeas del 25 de mayo hasta la aceptación por las Cortes de la abdicación de Juan Carlos I, nos han retrotraído al convulso periodo transcurrido desde noviembre de 1975 hasta la aprobación de la Constitución en 1978, tras un pacto de convivencia de la sociedad y los representantes políticos y partidos en esos momentos.

Estamos en una acentuada y compleja crisis en el marco de relación, en el modelo de Estado, en el escenario político y en la realidad social, que o políticos e instituciones recogen estas señales nítidas de la sociedad civil, o los arrollará. No se pueden poner puertas al monte.

Al final del franquismo e inicio de la Transición, se manejaron dos tesis contrapuestas: evolución y reforma o ruptura. Triunfó el sentido común y realidad social de los españoles de todo signo, más próximos al deseo de concordia y escenario de convivencia que a la confrontación. De ahí surgieron los pactos de la Moncloa primero, y la Constitución después, que fue elaborada desde la debilidad del momento, la coacción del terrorismo de ETA y las dificultades económicas.

Incluyó bastantes errores, concesiones y limitaciones que casi 40 años después están haciendo crisis, porque no es capaz de adentrarse a la realidad actual y a la evolución que en 35 años ha experimentado nuestro país en todos sus órdenes.

Las citadas elecciones del 25 de mayo, analizadas y previstas como el cénit de la abstención y el descontento, han tenido un significado mucho más profundo, al mostrar el rechazo de los españoles a los grandes partidos que han vertebrado estas últimas décadas, y que juntos, han perdido cinco millones de votos como consecuencia de la desafección ciudadana a sus políticas y a su tolerancia y práctica de la corrupción, así como a la tergiversación de la verdad en el Parlamento.

Si a esta valoración del PP y del PSOE se unen las tensiones de los nacionalistas, desbocado el catalán con la carrera sin retorno de Mas, CiU y ERC, y el anunciado referendo del 9 de noviembre, y del vasco, donde los seguidores e hijos de la ilegalizada Batasuna, dirigen y gobiernan Guipuzcoa, y superan al PNV en muchas provincias, y logran masivos seguimientos en la cadena humana del domingo pasado, pues tenemos que reconocer que la Constitución del 78 y los dos grandes partidos no están encontrando soluciones para su encaje en el proyecto común de España, del que cada día están más lejanos.

Desde 2007 y significativamente 2010, la crisis económica occidental y las consecuencias de la burbuja inmobiliaria, con los esquemas donde España era el país más fácil para ser millonarios, que se pronunciaban, así como que íbamos a superar en riqueza a Francia e Italia, ha producido, junto con la desafección a los políticos, y la indignación general por la corrupción, dos hechos, un empobrecimiento general de toda la sociedad, y un aumento del paro hasta rangos casi revolucionarios, con un 26% de posibles trabajadores en paro , y que en los jóvenes supera el 40%. Justificación todo esto del ascenso exponencial de IU y la aparición del fenómeno social, sociológico y político de Pablo Iglesias y el partido Podemos, que siendo una amalgama en su extracción y mensaje, sin duda ha sido el triunfador de la convocatoria. Por ello vino la dimisión de Rubalcaba y su demostración de sentido de Estado, conservando la dirección del PSOE hasta julio y salvaguardando con Rajoy la sucesión en la Corona, anunciada siete días después.

En estos 20 días, el PSOE, no obstante, esta siendo un gallinero sin gallo, con vaivenes inexplicables, que minan su credibilidad e imagen actual y de futuro. Salvando al Rey de lo que hubiera sido o podido ser en poco tiempo una crisis en el Modelo del Estado, en vez de la sucesión de su hijo, que muchos no ven razonable, tras los logros de la Revolución Francesa y la Declaración de Derechos Humanos. Pero reiterando que entre monarquía y república, el debate pragmático hoy es democracia. (Y trabajo).

EL PP no ha hecho autocrítica de las elecciones, y dentro de datos favorables en la evolución de la economía, la política que imponen Europa y Alemania, está, como dice el Premio Nobel Paul Krugmann, aumentando las desigualdades en la sociedad y enriqueciendo más a los bancos y a las grandes empresas.

La sensación de cierta manipulación que sentimos los ciudadanos, está potenciada por la general hagiografía que todos los medios de comunicación están realizando estas semanas, ensalzando la trayectoria y logros del Rey, olvidando, por resumir, que ni él, ni su familia han sido ejemplares. Y eso es lo único que se pide a los que por su nacimiento están por encima de las leyes ¿como designio divino?

En noviembre de 1975, con dos hijos y mi esposa esperando el tercero, subí al avión en Orly, tras una estancia en el hospital Nˆcker de París para preparar el programa de Trasplante Renal que luego realizamos en el Miguel Servet, con la agonía de Franco, la Marcha Verde en Marruecos, la UMD, Calvo Serer, Santiago Carrillo, el marqués de Villaverde poniendo el manto de la Virgen a su suegro... Y tuve temor de lo que nos esperaba a mi familia y a los españoles. No fue así.

Brindo, desde la serenidad vital de mi momento, en que esta crisis de convivencia política, social y económica, se ordene desde el diálogo y el espíritu constructivo, adecuando y reformando nuestro escenario a lo que la sociedad exige y demanda. Y que Europa, con sus elecciones pasadas nos ayude a ordenar el reto. Médico