Si algo ha demostrado el referéndum sobre el cambio de nombre en la antigua república yugoslava de Macedonia ha sido la incapacidad de atracción entre la ciudadanía del proyecto europeo. Esta consulta se celebraba con el objetivo de reafirmar la legitimidad de los Acuerdos de Prespa firmados el pasado mes de junio entre Grecia y Macedonia después de tres décadas de bloqueo de las negociaciones. La alta abstención, por encima del 60%, hace harto complicado alcanzar dos terceras partes del Parlamento, un paso imprescindible para proceder a la modificación constitucional que requiere el cambio de nombre.

Ni una intensa iniciativa diplomática desplegada durante las semanas previas a la consulta por parte de la Unión Europea, Estados Unidos y la OTAN ha conseguido movilizar el voto. Ni la adhesión a las estructuras euroatlánticas ha demostrado ser lo suficientemente atractiva para una población exhausta de la que solo se acuerda Bruselas en estas ocasiones.

POR SU PARTE , un papel importante en la desmovilización ha sido la desconexión entre la ciudadanía y sus representantes alejados de las preocupaciones y necesidades reales de la población y desplegando una campaña rebuscada y timorata en la que ni siquiera aparecía el nombre de Macedonia del Norte. Esto se ha notado especialmente en los jóvenes, pero también en la población albanomacedonia, los grandes olvidados de la campaña, dando por sentado su apoyo a la misma.

La proximidad de los comicios griegos durante la primavera del 2019 y la desconfianza sobre si el futuro Gobierno griego apoyaría el Acuerdo de Prespa con un Alexis Tsipras muy debilitado también podrían haber jugado su papel entre los detractores del referéndum.

LA AUSENCIA de depuración del censo desde el año 2002, las elevadas tasas de emigración, la poca inscripción en los registros exteriores para ejercer el voto (apenas 3.000) y la inexistente injerencia rusa no pueden ser la excusa perfecta para justificar la anomía demostrada por los macedonios.

Del resultado del referéndum se pueden extraer varias conclusiones y ninguna de ellas optimista. Parece inevitable que se produzca una convocatoria electoral. A pesar de la contundencia de los síes, por encima del 90%, la escasa participación le resta capacidad de presión hacia el resto de los grupos parlamentarios y, por lo tanto, alcanzar la mayoría suficiente para la modificación constitucional.

Además, para poder mantener los plazos del acuerdo de junio, esta convocatoria electoral debería realizarse a lo más tardar durante el mes de noviembre para poder tener una respuesta al mismo en diciembre.

El resultado de la contienda, sin embargo, podría dar lugar a una de esas fascinantes paradojas balcánicas, ya que un triunfo del VMRO favorecería el ascenso de sus equivalentes griegos, y mortales enemigos, cara a las elecciones que se celebrarán en la primavera del 2019, debilitando las posturas más proclives a la negociación entre ambas partes.

Este escenario dilataría sine die cualquier futuro acuerdo sobre esta cuestión durante los próximos años y, por tanto, el estancamiento macedonio sin ningún tipo de perspectivas europeas y sin motivaciones para la misma.

La nostalgia y el victimismo balcánicos entrarían de nuevo en acción para no hacer nada o, peor, para dar alas a los movimientos nacionalistas más radicales. La segunda, el resultado de las próximas elecciones en Bosnia o los acuerdos entre Belgrado y Pristina podrían verse afectados por el bloqueo macedonio-griego.

Una parálisis de la perspectiva europea macedonia podría llegar a tener un impacto no deseado en la región albanesa de Tetovo, cambio de fronteras incluido.

Y tercero, y especialmente importante, este resultado cierra un ciclo en el que la Unión Europea era percibida como el principal motor del cambio en las sociedades balcánicas con su política del palo y la zanahoria para con sus países candidatos.

La ausencia de un compromiso genuino por parte de Bruselas y de los estados miembros en la región, acompañado de un enfoque de seguridad y estabilidad (estabilocracia), haciendo la vista gorda con la corrupción y el mal gobierno en estos países, ha hecho crecer la desconfianza y el resquemor hacia la Unión Europea en sus sociedades. Y este es el resultado.

*Profesora de Ciencia Política e investigadora