Hemos sido convocados a las próximas elecciones al Parlamento Europeo para participar en la construcción política de la UE sin duda alguna. Es decir, sin duda alguna en el orden de las intenciones declaradas oficialmente. Y con muchas dudas, a juzgar por la campaña y la actitud de los candidatos que no ayuda a levantar el ánimo de los electores. Quién ha de ganar, lo que se ve venir o se quiere ver, ese es el tema de periodistas y tertulianos. Pero votar es el problema que tenemos los ciudadanos. Y digan lo que digan los que compiten, sabemos que piensan más en ganar que en informar y discutir lo que interesa. Y más contra los otros que con los otros ante nosotros, que somos para ellos la clientela.

De ahí que los candidatos griten, levanten la voz y el dedo contra la competencia venga o no al caso y se aprovechen de cualquier escándalo. Que hablen contra sus adversarios todo lo mal que pueden a sus clientes para que les escuchen, oye, y les oigan incluso los indecisos que nadan en otros caladeros; pero no con ellos para entenderse en la medida de lo posible --qué vergüenza, eso se hace a escondidas-- y apenas para hacerse entender por todos los que tenemos el derecho a decidir, el problema de elegir y la responsabilidad de votar al que más nos convenza y no al que más grita, a la marca o a las siglas de siempre --por inercia-- o al novato que más halague nuestra presunta juventud de espíritu: la adolescencia que no madura con los años.

Participar en unas elecciones democráticas es --debería ser-- el modo principal de participar en la deliberación sobre los asuntos que nos conciernen y, por tanto, en la solución de los problemas que nos afectan. Y esto no tiene que ver en absoluto con el espectáculo que entra por los ojos, el consumo que se sirve en pantalla o la alta cocina de todos los pijos. Las ideas y las opiniones no se comen, majo, se discuten. Participar en unas elecciones no es ir a un mitín, ni salir de casa para decir amén, no es un rito. No es hablar desde arriba al pueblo soberano, ni adherirse desde abajo al que más grita.

Participar es entrar en el tema y afrontar el problema con argumentos, todos: los candidatos que hacen campaña y los políticos que la soportamos. Porque todos somos políticos si es que todos somos ciudadanos en ejercicio y no figuramos solo en el censo como electores. Participar en democracia no es recaudar votos, ni contribuir solo votando. El partido que obtiene más votos es el que gana, pero todos perdemos si la ganancia es solo cuantitativa.

En una situación crítica, lo que hay que salvar antes que nada son las reglas democráticas. Somos políticos en tanto nos entendemos por la palabra y dejamos de serlo cuando nos la quitan o la cedemos a fondo perdido. Probablemente en esta Europa de nuestros pecados y de nuestras virtudes, faltan líderes que estén a la altura de las circunstancias: pastores sin fronteras antes que granjeros, y ciudadanos libres en ejercicio antes que provincianos estancados. Todos los europeos necesitamos avanzar hacia una democracia europea deliberativa.

Esto no es fácil. No lo es aquí, por supuesto, donde la "realidad es como es aunque no nos guste" como dice Rajoy. (¿Por qué no se va? Para seguir así, mejor ahorrar gastos?) Ni por ahí en la Europa que está por hacer políticamente hablando. Pero es necesario si queremos salir de un mercado común --y de la crisis común de los mercados-- y coronar esta cosa: la "Europa nostra" como "cosa pública": la República de los ciudadanos europeos.

Ese es el horizonte al que podemos y debemos acercarnos cada vez más si no queremos hundirnos en la miseria casposa más o menos blanda de la dictadura por el imperio o por la nación, qué más da, hacia la nada.

"La aplicación del método científico a la política -- escribe Karl R. Popper-- significa que el gran arte de convencernos de que no hemos cometido ninguna equivocación, de ignorar estas, de esconderlas, de hacer recaer sobre otros la responsabilidad, queda reemplazado por el arte más grande de aceptar la responsabilidad, de intentar aprender de ellas y de aplicar este conocimiento de tal forma que en el futuro podamos evitarlas". Ahora bien, los políticos incapaces de aprender de sus errores, no solo necesitan tener razón sino que les den la razón. Y para aliviarse de la molestia que supone enterarse de lo que piensan y quieren los ciudadanos, hay gobernantes que hacen todo lo posible para que estos piensen y quieran lo que ellos quieren. Es así como una democracia cuantitativa, en la que la autoridad se confunde con el poder y este se mide por los votos, funciona como un mercado político en el que se invierte mucho más en propaganda que en educación para la ciudadanía. Filósofo