Casi dos millones de inmigrantes llegaron a Europa en el 2015. Desde entonces, la cifra no ha hecho más que disminuir, pero el problema político de su acogida se ha incrementado hasta convertirse en una batalla por los valores esenciales del continente. La última cumbre se cerró con un acuerdo de mínimos que delataba poca concreción y el rechazo del bloque duro a compartir el impacto de la llegada de inmigrantes. Aun así, se llegó a un pacto que, lejos de solucionar el problema, al menos daba un poco de aliento a un proyecto europeo fatigado y, sobre todo, a una Merkel amenazada por su socio ultra de gobierno. La caída del Ejecutivo alemán podía provocar un vacío de poder importante en la UE y el fortalecimiento de las tesis más duras de la ultraderecha. Finalmente, el Gobierno de Merkel ha resistido. Su socio ha ratificado su apoyo a cambio de abrir centros de inmigrantes en la frontera de Austria. Desde el 1 de julio, Austria ostenta la presidencia temporal de la UE. Ya ha anunciado que el endurecimiento de la política de inmigración será una de sus prioridades. En el actual contexto de la Europa fortaleza, cobran especial importancia iniciativas como la alianza entre Portugal y España o los gestos humanitarios de Sánchez con el Aquarius o el barco de Open Arms. Es imperativo construir alternativas al imaginario de la ultraderecha. La inmigración no es el problema, pero su uso político es un peligro.