La diferencia entre no impedir una muerte natural y sin dolor de un enfermo terminal, y actuar en algún sentido para que acabe la vida de un tetrapléjico que lo pide con lucidez cuando no puede hacerlo por sí mismo, todavía es más legal que moral. En un caso se habla de cuidados paliativos, especialidad cada vez más extendida en los hospitales. En el otro, de un supuesto suicidio asistido, y, como tal, condenado por la legislación europea. Pero que de hecho se practica bastante en la clandestinidad, lejos de la vigilancia judicial.

De la mano de Alejandro Amenábar y Javier Bardem vuelve el debate sobre la eutanasia activa. Lo trae su visión de la historia de Ramón Sampedro, un tetrapléjico que intentó morir legalmente y, ante la negativa de jueces y médicos, falleció gracias a una compleja ayuda de sus allegados. En los últimos años se han producido casos similares en Francia y Gran Bretaña sin que ni siquiera el Tribunal Europeo de Derechos Humanos haya emitido una doctrina eficaz. Ahora, en España hay doscientas personas que, con plena lucidez, piden acabar una vida de sufrimiento a la que no encuentran sentido. Es hora de que los legisladores aborden con valentía su derecho a conseguirlo.