De pronto, la vida ha entrado en la política. Es la sensación que me queda cuando veo los temas que coparán la agenda en los próximos meses. Y qué necesario era. Hay muchos asuntos que afrontar, pero hay algunos que, una vez que se afronten, es difícil que tengan marcha atrás, y eso cambiará nuestra vida para siempre. Pasó cuando Zapatero legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo: ya no tiene marcha atrás. El país no se hundió en la anarquía y el libertinaje, y hoy es algo tan aceptado como normal. Y ahora está sobre la mesa el asunto de la eutanasia. Ya era hora de que la ley permitiera la libre elección de quien ha concluido su ciclo en esta vida. Volveremos a tener debates de quienes se oponen por creencias, y yo volveré a no entender por qué las creencias ajenas deben marcar mi vida. Quien quiera marcharse, en plenitud de facultades mentales, sin coacción, que lo haga con dignidad. Lo mismo que hace décadas, quien quisiera poner fin a su matrimonio, o contraerlo con quien no estaba permitido, consiguió un marco legal, digno e igualitario para todos. O la regulación del aborto, también. Son esos temas que levantan ampollas, que según los apocalípticos, acabarán con la sociedad tal y como la conocemos, traerán muerte, libertinaje y desenfreno. En cambio, cuando se aprueba su regulación, se integran en nuestro pensamiento y lo único que hacen es devolver a la intimidad esas decisiones tan graves, tan trascendentes, que solo deberíamos tomarlas nosotros mismos. Comienza el debate para despenalizar la eutanasia. Veremos.

*Periodista