Los de los bares de Zaragoza están desesperados. Sufren un acoso por varias bandas, no saben qué está ocurriendo, ni por dónde va a venirles el próximo golpe. La policía los tiene de los nervios, y a los clientes también.

Lo más extraño es que el Ayuntamiento se esconde. Nadie da la cara. Tras muchos años en que colectivos de vecinos de zonas saturadas lo han intentado todo, desde la protesta hasta la demanda judicial, parece que está ocurriendo algo, pero no se sabe qué es. No se sabe si obedece a un plan municipal para agotar a los bares y pubs, no se sabe si es una estrategia heredada de la corporación anterior o si la policía actúa por su cuenta, aunque esto es imposible. Las autoridades se escaquean en confusas declaraciones generales, no explican nada sobre la realidad.

Entretanto los bares están de los nervios, la persiana a media asta, la gente en vilo, rozando la clandestinidad, como en las películas de la Ley Seca, la música al mínimo, esperando que en cualquier momento irrumpa la patrulla. Es evidente que tras décadas de no hacer nada, el Ayuntamiento de Zaragoza ha empezado a apretar las tuercas, pero sin reconocerlo, con evasivas y usando leyes y normas desfasadas.

Quizá lo que pretende es equilibrar la situación, pues hasta ahora los colectivos afectados por el ruido y las zonas de marcha aparecían siempre como los damnificados a los que nadie hacía caso. Los que no pueden dormir. La autoridad ha de tener el valor de explicar cuáles son las instrucciones concretas que han dado a la policía, y así se disiparía esta sensación de arbitrariedad. Explicar si hay un plan de actuaciones aleatorias, si los bares y las horas se designan por sorteo; si se ha fijado un criterio de intervención o se ha dado una orden genérica y todo queda al albur de los agentes. (Hay mucha información en ruidosmoncasi.com y cafesybares.com). Habría que aplicar a este tema tan complicado los mecanismos de mediación y diálogo que se vienen probando en el asunto del agua, las cotas de Yesa, los riegos, todo ese barullo.

Perjudicar a los bares sin que se sepa cuál es el criterio deteriora la imagen de la ciudad, y hacerlo a oscuras deteriora también la imagen de los que aparentemente la gobiernan.

*Escritor y periodista