Entre tantas loas al fútbol que nadie se moleste por escuchar estos días algunas críticas. Solo hay que encender la tele cualquier rato, leer una noticia al azar o acercarse a la barra de un bar para escuchar una sarta de sandeces detrás de otra sobre unos tipos que, en el mejor de los casos, le dan patadas a un balón, y, en el peor, a las piernas del contrario. Los gurús del fútbol (presidentes, entrenadores, jugadores profesionales, etc) se llenan la boca enarbolando valores como el juego limpio, el compañerismo o el sacrificio, que son al fútbol lo que la velocidad al tocino. Ni siquiera la tibia reacción de los últimos días de las instituciones que lo forman, como el Comité Antiviolencia, proponiendo multas ejemplares, o los clubs castigando simbólicamente a sus ultras más radicales está motivada por esos valores.

El espectáculo del fútbol, aunque joda, tiene más que ver con el egoísmo y el juego sucio, negocios oscuros --ocultos a veces tras fines supuestamente solidarios--, amaño de partidos, impago de obligaciones y violencia. Sobre todo violencia, física y verbal, fuera y dentro de los campos. Para comprenderlo no hace falta acudir a un duelo a garrotazos sacado de las pinturas negras de Goya, basta con hacerlo a un partido de fútbol, incluso de categorías regionales e infantiles, y ver cómo se insultan y amenazan unos a otros o se persigue al árbitro hasta el vestuario ante la mirada atónita de unos niños que habían ido a pasar el rato. ¡Qué valores!

El mundo del fútbol, aceptémoslo por unos días, es más una caricatura de nosotros mismos que una gesta de héroes. Pero tranquilos futboleros, en unos días todo volverá a la anormalidad y las críticas serán historia.

Periodista y profesor