Los médicos nos dedicamos a la atención a las personas que sufren, pensamos, estudiamos, trabajos y sentimos por los enfermos. Aquellos que se apartan de este mandato han equivocado su profesión. Estos últimos son pocos, (médicos políticos) pero esos pocos no pueden legislar y protocolar una imagen desapegada, desatenta, desencantada o frívola de la práctica medica. En todas las culturas surge la figura primero mítica, después religiosa, luego estudiosa y finalmente científica del médico, adaptándose a cada época y a cada circunstancia. Ejemplos reales vividos en diferentes escenarios, de cómo se ha ido empobreciendo, y desprestigiando progresivamente el ejercicio de mi profesión a lo largo de más de seis décadas:

Cualquier día de cualquier mes de 1960 en la consulta de un médico titular, los llamados de APD (Asistencia Publica Domiciliaria). Los que llevaban maletín sin tablet. Una sala de espera modesta y 10 o 12 enfermos conversando mientras esperaban ser atendidos. «Buenos días Ambrosio, ¿Otra vez la úlcera? Así recibía el médico al enfermo que acaba de entrar. No tenía necesidad de sacar su ficha o historia para saber como se llamaba y la posible dolencia. No D. Felipe, la úlcera ya se curó, vengo y no le quitaré mucho tiempo, pero el asunto me preocupa, mi hijo Pablo el mayor, que no ha visto nunca el mar, quiere ser marino y quiero que me diga que piensa usted de esto…»

Donde definitivamente aprendí el valor del médico de cabecera, hoy bien o mal llamado de familia, fue en mi propia casa. Noviembre de 1981. Mi padre estaba en sus últimos días. Volví precipitadamente de EEUU ante la situación prefinal. Entré en la habitación: «Papá ha venido Vicente y trae nuevas cosas de América». Mi padre, creo que fueron sus últimas palabras conscientes, contestó: «Lo que diga D. Felipe». D. Felipe era su médico de cabecera de toda la vida.

Cualquier día de cualquier mes del 2011, en un centro de salud de cualquier ciudad, de cualquiera de nuestras variadas y mal diseñadas autonomías. Sala de espera atestada de gente. Se abre la puerta de la consulta, sale la enfermera y grita: «¡¡¡¡A ver el 92 que pase!!!»

El médico posiblemente diga buenos días. Enséñeme su tarjeta sanitaria y volviéndose e inclinando la cabeza sobre un viejo ordenador teclea el numero del usuario. Estamos de suerte, el programa funciona y el historial clínico sale en pantalla; 30 consultas en los dos años previos. ¿Qué te pasa?

«Pues verás… estuve hace un mes y el otro médico me mando unas ampollas para beber, unas pastillas, pero no me han sentado bien. Hoy vengo porque he visto en internet que tengo una enfermedad que se llama fibromialgia, y el mejor tratamiento lo traigo para que me lo recetes. Además, necesito que me des la baja». !Que pase el siguiente!

Experiencia personal posjubilar al pasar a un edificio de consultas de un hospital. Se abre la puerta y la enfermera con documentos en la mano se dirige a los usuarios que esperaban. Casi todos por encima de los 70. La enfermera dice: «Este papel es sobre su operación, léanlo, lo firman y después me lo entregan». Cada usuario coge su impreso y el más experimentado afirma: «¡¡¡Solo hay que firmar, esto es para ver si somos conscientes!!!».

Ejemplos de la evolución de lo más importante en la práctica médica: la relación médico-enfermo separadas en el tiempo por más o menos 50 años. No pretendo enjuiciar la calidad de la medicina en las diferentes épocas, sino poner en situación lo que no se enseña en el MIR y era la medicina en la que basé mi vocación de médico, en contraste con la que se ven abocados hoy, las mejores notas de corte, sin vocación, los profesionales sanitarios de nuestras autonomías.

Desde que Hipócrates nos obsequiara con su juramento, la palabra enfermo ha sido habitual entre nosotros hasta hace más o menos tres décadas en que se politizó en exceso el ejercicio de la medicina. El anglicismo patient y asociar la palabra enfermo a sin firmeza, supuso que en los años 80 del siglo XX se incorporara a través de la normativa sanitaria la palabra paciente. Posteriormente, al remodelarse nuestro sistema democrático autonómico, los polimedi añadieron la palabra usuario, persona que hace uso de los servicios sanitarios, ofreciéndose estos, como un bien de consumo. El usuario se convirtió en cliente, como persona que valora la oferta, compara, pero en nuestro caso, el cliente no podía ni puede hoy elegir ni centro ni comunidad. La medicina es hoy una profesión que se autorregula con unas leyes que dicen lo que es, quién la puede estudiar, cómo aprenderla y cómo ejercerla. Se ha producido un gran cambio conceptual si bien los deberes del médico, para consigo mismo, con el enfermo y con la sociedad siguen siendo necesarios en el siglo XXI incluyendo los avances tecnológicos. ¿Qué podemos hacer? Primum non nocere. Sobre todo no hagas daño.

*Catedrático emérito de la Universidad de Zaragoza