En nuestra reciente democracia nunca como ahora ha existido un nivel tan alto de crispación política en el Parlamento. Ante una pandemia, cuya evolución es imprevisible y con unas secuelas muy negativas a nivel social y económico, resulta inexplicable la ausencia de unidad de todas las fuerzas políticas, lo cual es una excepcionalidad con el resto de países. Aquí las derechas no solo no apoyan al gobierno, es que utilizan la pandemia para derribarlo. Otra excepcionalidad, que puede explicarla nuestra historia. Las democracias maduras europeas tienen un elemento sustancial que las define y les aporta solvencia ética y política: el antifascismo. No es el caso de España, porque nuestra historia ha sido muy distinta. En Europa el fascismo al ser vencido, fue posible un juicio legal a los criminales. En España, sin embargo, la República fue derrotada dos veces: por el fascismo y por los aliados, como decía Indalecio Prieto, cuando pedía que los aliados consumaran el plan de liberación de Europa del fascismo. Aquí no hubo juicio alguno a los criminales. Y la huella fascista, hasta hace poco soterrada, hoy se alardea de ella.

Abascal acusa al Gobierno de «homicidio», de una política «criminal», y a Iglesias «de dejar morir a los ancianos porque no le gustan los viejos». Nunca había oído semejantes palabras en el Parlamento. Y lo más llamativo, que a medida que se va controlando la pandemia más se intensifica la violencia verbal de las derechas. En esta práctica política cuentan con el apoyo incondicional de importantes medios escritos, audiovisuales y telemáticos, especialmente capitalinos. Hay portadas, editoriales y artículos de opinión estremecedores. Es un periodismo de trincheras, que escupe odio y que disfruta con la carroña. Son los Inda, Marhuenda, María Claver y Federico Jiménez Losantos. ¿Son periodistas? El periodismo tendría que ser un oficio impregnado de ética. Como señaló el gran periodista Ryszard Kapuscinski: «Las malas personas no pueden ser buenos periodistas».

Lo grave es que esa crispación está ya en las calles, ese es el objetivo de las derechas, explotando las emociones, cada día más importantes en la política. La razón no cuenta. Que haya 5 millones de contagios; que las economías de todos los países estén en profunda crisis, eso no cuenta. Antonio Machado decía: «Es propio de mentes estrechas, embestir con todo aquello que no les cabe en la cabeza».

El culpable de las muertes, del confinamiento, del paro, de la ruptura de España es Sánchez con la ayuda de el Coletas. Los manifestantes de las cacerolas junto con representantes del PP y Vox, mezclados con los de organizaciones ultracatólicas y hasta neonazis, y que se saltan las normas vigentes poniendo en riesgo la salud pública, repiten la misma consigna: «Sánchez dimisión». Olvidan que el Gobierno actual surgió de unas elecciones democráticas. Por ello, si quieren quitarlo disponen de un mecanismo constitucional: una moción de censura. Así lo hizo la izquierda para acabar con el Gobierno de Rajoy. Así es la democracia. Mas, la democracia no les sirve. Lo que quieren es que Sánchez renuncie voluntariamente y así se constituya un gobierno de concentración nacional.

Me resisto a comparar la situación política actual con la de julio de 1936. No obstante, la analogía histórica ayuda a entender los comportamientos humanos, a imaginar posibles escenarios y a propiciar la reflexión. El historiador Ángel Viñas en su muro de Facebook de 6 de mayo escribe: «Voy a ser provocativo. En la primavera de 1936 el venerable periódico ABC azuzó de lo lindo a la revuelta contra la República, no en vano su ya exdirector pero propietario, el distinguido señor marqués de Luca de Tena, estaba muy pegado a la conspiración monárquica. En la primavera del 2020, hoy exactamente, publica un artículo de un eminente, pero en la profesión desconocido, periodista metido a historiador, cuyo enlace me permito elevar al conocimiento de aquellos que no leen tan importante periódico».

Las acusaciones contra el Gobierno son las mismas que se usaron para el golpe militar del 18 de julio: un Gobierno ilegítimo aliado con la antiEspaña. En 1936 era el comunismo y el separatismo. Hoy, el comunismo representado por Unidas Podemos y el separatismo por ERC y Bildu son los apoyos políticos al Gobierno de Sánchez, el cual además ha de enfrentarse a la peor crisis sanitaria desde la gripe de 1918 y a una crisis económica equiparable a la de la posguerra (1939). Ha irrumpido una conjunción de coincidencias de fatalidad histórica, realmente explosiva. En unos meses, las secuelas de la crisis económica serán traumáticas. Por ello, el otoño será caliente, que sólo podría enfriarse si el covid-19 renace con fuerza. Pero incluso en este supuesto (en sí mismo terrible), ¿el malestar social tolerará otro confinamiento? Para enfrentarse a todos estos retos será necesario que el Gobierno mantenga los mismos apoyos parlamentarios de la investidura. O los sustituya por otros. Tarea harto complicada, tal como observamos en las diferentes votaciones de los decretos para la aprobación del estado de alarma. Si no cuenta con el suficiente apoyo parlamentario para la aprobación de los inevitables «presupuestos para la reconstrucción», las dos únicas salidas democráticas son claras: o moción de confianza o elecciones anticipadas. H *Profesor de instituto