Bueno... Montero estuvo apasionada y convincente. No es que dijese nada nuevo, pero su síntesis de los escándalos peperos aterrizó en el hemiciclo con una contundencia demoledora. Iglesias bajó un poco el tono. Pero su programa, cien por cien socialdemócrata, sonó casi verosímil y a ratos interesante. El problema es que ambos dos, ella y él, se pasaron de metraje cantidad. Les sobraron tres horas. y eso jode la mejor película. Aún no he oído ninguna explicación razonable sobre el motivo último de semejante tostón.

Supongo que ayer sobró tacticismo. Sería por eso que el mismísimo Rajoy subió en persona a la tribuna para replicar las homilías de los podemistas. Un regate en corto. O vayan ustedes a saber. Y aunque son muchos los que ponen por las nubes las dotes retóricas del presidente del Gobierno; ayer, sin embargo, no me pareció demasiado brillante. Sus ironías y argumentos sonaban a falso. Eludió el debate de fondo. Antes, la sucesión de implacables párrafos que la portavoz de Podemos iniciaba con un «miren...» y cerraba exclamando «¡qué vergüenza, señorías!» había helado más de una sonrisa en la bancada conservadora. Tal vez los diputados del PP acabaran encontrando consuelo en las intervenciones de su jefe. Pero este solo pudo convencer a los más adeptos. Demasiada corrupción.

Cuenta la derecha con una ventaja: esta moción es un fuego de artificio, porque va a ser derrotada y por mucho. Claro que tampoco el Gobierno saldrá de ella especialmente reforzado (la ganará por mayoría relativa). Todo seguirá como hasta ahora, y Podemos habrá montado esta escenificación para nada. O en todo caso para demostrar que Iglesias es capaz de hablar y hablar durante horas. En cuanto al PSOE, todavía está por ver cuánta habilidad (táctica, claro) tiene su nuevo portavoz para capear el compromiso sin dejarse enganchar. Si lo logra, Pedro Sánchez habrá sido el ganador indiscutible de este lance. Sin moverse de casa ni gastar saliva, que aún tiene más mérito.

Y la guerra continúa.