Más de 25 millones de españoles vieron en algún momento la retransmisión de la boda del príncipe Felipe y Letizia Ortiz. Casi el 96% de las personas que estaban ante el televisor siguieron el enlace. Aunque difícilmente podrían haber hecho otra cosa porque, con pocas excepciones, no hubo otra oferta televisiva. La programación monolítica durante todo el día, muchas horas después del final de la ceremonia. Cualquier apuesta alternativa hubiese tenido un coste de audiencia difícil de asumir. Pero las televisiones públicas quizá deberían haber ofrecido otras opciones, en lugar de un despliegue que acabó siendo homogéneo y excesivo.

También ha sido objeto de comentario el enfoque que dio TVE a la retransmisión, que el resto de cadenas tuvieron que reproducir. Hubo imprevisión en la cobertura del brindis del Príncipe. Pero las críticas a la supuesta frialdad de la ceremonia han tenido mucho de frívolo. Una boda de Estado no es un programa más de la TV del corazón, el recinto y el tiempo no acompañaban y el recuerdo del 11-M aún está reciente. Pero la selección de imágenes sí pecó timidez, escamoteando cualquier escena o detalle donde pudiese surgir la espontaneidad.