Durante los últimos años es muy usual contemplar que ya nadie pide nada y que, en cambio, todo el mundo exige algo. Todos los días del año aparecen en los diarios reivindicaciones de colectivos que exigen a los poderes públicos que hagan tal o cual cosa, o que cambien alguna decisión amparada en una disposición legal. Cuando veo esas noticias en los diarios siempre analizo si quienes exigen tienen la autoridad o el poder suficiente como para exigir en lugar de demandar o solicitar. En todos los casos se comprueba que quienes se pasan la vida exigiendo a los demás que hagan lo que a ellos, o a ellas, les gusta, jamás reúnen los requisitos necesarios para llevar a buen término sus exigencias.

Si se consulta el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española se comprueba que para exigir algo a alguien es necesario disponer de un poder por parte de quien exige sobre la institución a la que se le exige algo, bien sea por ser una autoridad pública, bien por ser depositario de un poder estatutario privado, bien por disponer de una fuerza capaz de intimidar a la parte contraria. Como he dicho antes, cuando se leen en la prensa las exigencias de esos colectivos, no aparece por ningún lado el poder necesario para hacer cumplir la exigencia. En cambio, aparece con meridiana claridad un cierto tufillo autoritario por parte de esos profesionales de la exigencia.

Cuando se exige algo sin tener la autoridad necesaria ni el más mínimo poder sobre la parte contraria, jamás se convierte en realidad la exigencia y la persona exigente (es decir, el demandante autoritario) se convierte en el hazmerreir por la pérdida de autoridad moral que implica el hecho de que nadie le haga caso. Desde mi punto de vista, eso es lo que les está ocurriendo a determinados sindicatos, partidos políticos en la oposición, o a ciertos colectivos vecinales, que se pasan el día exigiendo aquello que ellos jamás hicieron y que, además, el único poder que tienen es el del pataleo.

La historia ha demostrado que las reivindicaciones son absolutamente necesarias para lograr unas sociedades más justas e igualitarias. Lo que ocurre es que las reivindicaciones pueden hacerse de manera educada o zafia. En este año que se cumple el cincuenta aniversario del famoso mayo del 68, merece la pena recordar aquellos panfletos reivindicativos escritos con corrección e imaginación, tales como «Sed realistas; pedid lo imposible», o aquel otro que decía «Pidamos la luna si de verdad queremos vivir dignamente en la tierra». A diferencia de lo que sucede hoy en día, jamás emplearon los jóvenes revolucionarios franceses de mayo del 68 el término exigir. Sé que cualquier persona está en su derecho de criticar el modo de protestar de aquellos jóvenes revolucionarios de 1968 dado lo poco o nada que lograron. Pero yo me pregunto: ¿acaso se consigue más exigiendo que pidiendo cuando no se tiene el poder ni la autoridad necesaria para imponer lo que se exige?

Otro término muy representativo de los valores hegemónicos de nuestra sociedad es el uso del tuteo. Cuando yo era niño el tuteo era muy común entre los «camaradas falangistas». Muchos años después fue usado de forma regular en el seno del partido socialista. En los años de la transición de lo puso de moda un locutor de radio que trabajaba en la cadena SER. Cuando escuchaba aquel programa me parecía un insulto que se dirigiera a un solo radioyente (nunca utilizaba el plural) hablándole de tú, sin haberlo conocido jamás. Hoy en día donde más se utiliza el tuteo radiofónico es en la cadena COPE, aunque no parece que sea debido a la imposición de la conferencia episcopal, ya que Carlos Herrera sigue dirigiéndose a los oyentes de usted (quizás eso tenga algo que ver con que sea el programa más escuchado de esa cadena radiofónica).

Un ámbito donde el tuteo es bastante habitual es en el comercio y en la publicidad telefónica. Suele ser muy normal recibir una llamada telefónica de alguien que pretende vender algún producto hablando al hipotético comprador de tú. Lo más inquietante es que aunque el destinatario de la llamada le hable de usted al vendedor, éste sigue con el tuteo. Cuando he tenido alguna experiencia como la que acabo de narrar, suelo pedir de forma amable a mi interlocutor que me hable de usted y si el fulano, o la fulana, no me hace caso, cuelgo el teléfono y asunto concluido. Algo parecido hizo la portavoz de Podemos en el parlamento andaluz, cuando un periodista trató de entrevistarla tuteándola. Cuando me enteré de la digna actuación de esa joven política, me solidaricé con ella, a pesar de no estar de acuerdo con que tratara de recriminar ese comportamiento del periodista apelando a que ella era una autoridad oficial.

Esa manera de reivindicar los derechos, exigiéndolos en lugar de pedirlos y defenderlos con amabilidad, es el ejemplo más claro del modelo de sociedad encabronada en la que vivimos, donde todo el mundo solo se preocupa de los derechos, olvidando de forma consciente que también somos sujetos de obligaciones. Asimismo, el hecho de dirigirse a una persona que no se conoce de nada a través del tuteo es el síntoma más preocupante de una sociedad en la que se han perdido los buenos modales y en donde la educación ha pasado a ser la competencia menos valiosa que debe inculcar la escuela y la familia a las nuevas generaciones. Como escribió el 29 de enero un lector llamado Joaquín Palacios Latasa, citando a Freya Stark, «los buenos modales son como el cero en la aritmética; acaso no representan mucho por sí solos, pero pueden aumentar considerablemente el valor de todo lo demás». H*Catedrático jubilado. Universidad de Zaragoza