El vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, ha comparado a Carles Puigdemont con los exiliados del franquismo y se ha organizado movida. A diferencia de la mayoría de los historiadores, le pasa a Pablo que tiene mucha imaginación, y de ahí estas alegrías y anacronismos. Si alguien conoce a la perfección el carácter alegre y anacrónico de Podemos es precisamente su fundador, y probablemente de ahí, de permanecer anclado en un tiempo pretérito, en los setenta, del afán de sentar la posverdad y de la frivolidad de esta nueva izquierda sea de donde vengan los lapsus intelectuales. Por lo demás, Pablo Iglesias hace su trabajo con los catalanes, cobrándoselo, naturalmente.

La memoria del exilio no ha aplaudido las comparaciones del vicepresidente. En el sentido, sobre todo, de que Puigdemont, tecnócrata de la burguesía pujolista, está muy lejos de ser un intelectual penando por una obra transgresora y lúcida. Nada que ver, por ejemplo, con algunos de los exiliados aragoneses, con Ramón J. Sender, con Luis Buñuel, cuya magna obra y trágico destino quedaron en parte truncados por décadas de represión franquista.

No solo ellos, claro. Millones de españoles tuvieron que abandonarlo todo, sobrevivir en campos de concentración, cruzar el Atlántico en condiciones inhumanas, adaptarse a las más duras circunstancias y, además, organizar la resistencia contra el general Franco y sus secuaces, cuyo régimen nada tiene que ver con el actual, por mucho que Pablo Iglesias se empeñe en equipararlos. A otros intelectuales, artistas y poetas, como García Lorca, los mataron a la primera de cambio.

Aquellos exiliados republicanos escribieron uno de los capítulos más terribles y hermosos de la España reciente. Páginas ensangrentadas, pero enmarcadas de esperanza, que en las vitrinas del tiempo descansan ya para reflexión de las últimas generaciones. Para su estudio e incorporación al bagaje personal de cada interesado en tratar de comprender las claves de nuestro pasado. Causas o enigmas que Pablo Iglesias, en lugar de desvelar, ha confundido más, demostrando que la historia, para él, más que un prestigioso saber, es prestidigitación, pero sin conseguir demostrar que el pícaro Puigdemont sea el mahatma Gandhi.