U no de los grandes misterios de todas las religiones, y de la católica en particular, una pregunta sin respuesta en la indagación de la moral apunta a las razones por las cuales Dios, conociendo el mal, su existencia, tal vez, incluso, habiéndolo creado, permite que afecte y dañe al hombre, su criatura.

Uno de los primeros hombres que sufrió esta paradoja e intentó encontrarle una respuesta racional, convincente, fue Job.

Yahvé se ensañó ciertamente con él. Para probar su fe, sin duda, pero siendo cada una de las pruebas a las que le iba sometiendo más cruel que la anterior. Job perdía su hacienda, su ganado, a sus seres queridos, su salud... ¿Y su fe? ¿Cómo no perderla, como mantenerla en medio de las epidemias, las plagas y enfermedades que corrompían o destruían cuanto le rodeaba y a él mismo?

La traducción del pasaje bíblico inspiró a Fray Luis de León una de sus obras cumbres, que ahora reedita el sello Navona: El libro de Job, lectura muy apropiada para la Semana Santa.

De este texto mágico, Jorge Luis Borges comentó:

«El Libro de Job admite muchas lecturas. Una de las que prevaleció durante siglos sostiene que es una fábula contra el estoicismo: el hombre que sufre, que debe sufrir, pese a todo no pierde su fe. Otra se plantea como una indagación del problema del mal: ¿A qué se debe el sufrimiento injustificado de un inocente?, ¿por qué existe el mal en el mundo? Una tercera señala que Dios es inexplicable e inescrutable y que su naturaleza no puede ser comprendida por el hombre. El universo existe y en él existen nuestra desdicha y nuestra felicidad y no sabemos por qué».

La traducción de Fray Luis de León, directamente del texto hebreo, uno de los más bellos del canon veterotestamentario, es toda una recreación, versificada, de la formidable historia de Job, rico varón nacido en Hus, cerca de Idumea, a quien Dios quiso tentar entregándolo al diablo y sometiéndole a la humillación y desprecio de los suyos. Fray Luis sospechaba que la primitiva historia bien pudo escribrirla Moisés.

Una belleza.