Una de las figuras más sugerentes desde el punto de vista literario es la del exministrable, o sea, aquella persona que estuvo a punto de ser designado ministro, pero por esas complejidades que rodean siempre a cualquier partido político, no llega a cuajar su nombramiento.

Cada vez que se forma un nuevo gobierno hay una cosecha predecible de ministros del gobierno anterior que pasan a la categoría de exministros, y otra cosecha impredecible de personas que pasan a la categoría de exministrables, los ministros que estuvieron a punto de serlo, pero jamás lo fueron, y cuyo patrón, sin duda alguna, debe ser San Ramón Nonato.

El drama íntimo del exministrable es que, durante unos días, a veces incluso durante unas semanas, goza de las glorias de ser visto como el ungido, y percibe claramente las afecciones que provoca el poder, aunque todavía no tenga el poder. Es un periodo dulce, donde se le recibe como el gran triunfador, el victorioso, y hay en la corte espontánea que se forma a su alrededor el orgullo de los iniciados que saben que están al lado de alguien que con toda seguridad será ministro.

Pero las presiones, los intereses, los equilibrios, obligan a quien ha de formar el gobierno a ajustes y compensaciones que dejan fuera a un indeterminado número de personas que ya habían hecho planes para cuando fueran nombrados. Casos ha habido, incluso, en el que se han celebrado cenas de despedida, acompañadas de los discursos en los que sin disimulos se sabía el destino del homenajeado.

Lo que viene a continuación es muy duro. Las afecciones se tornan desafecciones. Las bienvenidas al triunfador se vuelven indiferencia, y el exministrable pasa por la cura de humildad de cualquiera que abandona un cargo, pero con el agravante de no haberlo ocupado nunca. El gobierno nonato de Zapatero ya ha producido los primeros exministrables.

+*Escritor y periodista