Asociadas a mejoras y a reivindicaciones de todo tipo, las huelgas han sido un revulsivo imprescindible y democrático para conseguir el denegado respeto de las clases trabajadoras. Las derivaciones y las expectativas de las actuales huelgas siguen teniendo como base las mismas demandas que antaño, pero exponiendo y denunciando agravios de una sociedad capitalista donde impera el consumo por encima de todo, y en la que los sindicatos han ido perdiendo fuelle para presionar a los gobiernos hacia un igualitario salario, en un mismo puesto de trabajo, entre hombres y mujeres. No solo se trata de aplicar gramáticas del femenino y el masculino en cada palabra, que me parece una behetría, de llevar bebés al parlamento, de manifestarse por una escultura que representa la desolación del maltrato, de poner delantales a las majas de bronce o de ponerse lazos que se pierden en la policromía solidaria. Si esta huelga ha sido denominada feminista, el propio concepto de lo que impera en este movimiento, no deja de ser excluyente; el hombre es parte fundamental del avance de la sociedad, al igual que la mujer y estoy convencida de que hay millones de hombres que apoyan las tesis de nuestras demandas, pero es cierto que aún queda mucho por hacer y son los gobiernos los que han de tomar la decisión de meter mano a los empresarios, de facilitar el autoempleo con rebajas fiscales equitativas, de evitar el propagar modelos de responsabilidades que solo son adjudicadas a la mujer, de no presentar y apoyar programas de consumo televisivo en los que se valora la incultura y la inmundicia. Las expectativas de las huelgas las tomamos como un halo de esperanza, no hay que dejar de hacerlas y las de este 8 de marzo han sido extraordinarias.

*Pintora y profesora