Otro de los efectos colaterales de la concesión de la Expo a Zaragoza afectará sin duda a la defensa que del trasvase ha hecho, sigue haciendo y, mucho me temo, mantendrá en el futuro, desde sus últimas barricadas, el Partido Popular.

Pero sólamente desde una óptica partidista, sectaria, podrá seguir defendiéndose una opción que atenta a la naturaleza misma de la muestra; un planteamiento teórico, como el trasvasista, que contradice todos los argumentos del desarrollo sostenible y de la experiencia científica en materia de abastecimiento hidráulico; una reivindicación política urdida a espaldas de Aragón, y en contra de sus más elementales intereses. Sólo desde la marginalidad, y siempre al matute de la ley, sólo desde la obcecación, el error, el rencor, se podrá de ahora en adelante seguir reclamando el trasvase del Ebro a las regiones levantinas. Sólo, tal vez, desde el trastorno.

España entera se ha alegrado de que al fin nos sonría la suerte, pero no me consta que José María Aznar, expresidente del Gobierno y presidente honrífico de su partido, haya felicitado a Zaragoza por la consecución de la Expo. ¿Un olvido, quizá, o una velada amenaza?

Aunque el PP sí lo ha hecho, se ha congratulado y comprometido con el desarrollo logístico y publicitario de la capital, llama la atención que tampoco esta vez el partido conservador se decida a utilizar una ocasión de oro para modificar su programa trasvasista. Tampoco consta, en mentideros, que el PP--Aragón, en su refundado espíritu, en su remodelación, en su nueva etapa, se haya planteado siquiera desestimar el proyecto de traficar con los caudales del río. Grave error. Pues creo no exagerar un ápice al afirmar que la opinión pública aragonesa, y su masa electoral, seguirán desconfiando de aquellos candidatos o líderes que, por activa o pasiva, insistan en llevar a la práctica el fenecido Plan Hidrológico de Jaume Matas.

Resulta totalmente incomprensible, en efecto, que un aglutinante referencial de la segunda fuerza política aragonesa, como lo es ya Gustavo Alcalde, no haya aprovechado el impulso de la reelección para persuadir a Rajoy de la necesidad de arriar la bandera del expolio hídrico. Alcalde no será el único que sufrirá bajo el peso de semejante lastre. Paralelamente, a fin de presentarse ante el electorado como una opción renovada, Domingo Buesa, que deberá medirse contra Belloch en 2007 --vísperas de la Expo-- necesitaría con urgencia verse liberado de esa carga. Antes de que sea demasiado tarde, estratégica, política y socialmente, el PP--Aragón debe sumar en sus haberes la enmienda de su programa hidráulico nacional.

Pero esta recomendación evidente, que cualquiera, incluidos los militantes del PP, podría formular, sigue siendo un tabú. Los analistas de la derecha, o del centro reformista, vislumbran toda clase de obstáculos a superar en su carrera hacia la recuperación de las intituciones; todos, salvo ese sambenito trasvasista que ahora, con la Expo, cantará la traviata. Puede que Alcalde y Buesa sean dos santos, pero si portan pistolas, aunque sean de agua...

*Escritor y periodista