Puede que la esencia de la Doctrina Estrada (nacida en México), es decir, el respeto a los asuntos internos de cada país, esté hoy superada, o simplemente sobrepasada por intereses globales que ya nadie puede controlar. Otra cosa es la prudencia, o, mejor dicho, la ausencia de ella, y el daño que puede hacer al conjunto de un Estado como el nuestro, si determinados asuntos complejos y sensibles no se manejan con discreta responsabilidad y sí con frivolidad y partidismo cortoplacista y sin filtros. Un ejemplo lo protagonizó Díaz Ayuso en Arabia, con motivo de la final de la Supercopa española de fútbol. No se trató de un hito feminista, claro que no. Tampoco del gesto de una estadista liberal de referencia, precisamente. Estamos ante otra distorsión del contradictorio pragmatismo resultante del choque entre la realpolitik (y sus consiguientes intereses económicos) y los valores de una sociedad democrática.

También Irán parece dar juego en este apartado, como lugar de origen de presuntas financiaciones a conveniencia, de uno u otro signo, inventadas, injustificadas o parcialmente admitidas, en un país en el que conocemos sobradamente los efectos de la corrupción en dinero cuantificable, que se pierde a menudo en el laberinto judicial entre recursos, prescripciones de delitos y defectos de forma.

Faltaba Venezuela, ese guadiana que aparece y desaparece de las informaciones pero que siempre sirve de ancla y clavo ardiendo en los argumentarios de según qué partidos, que utilizan como clave interna lo que ni es ni debería serlo: excesivos y fuera de lugar los homenajes en el feudo del Partido Popular de Madrid, insuficiente y vacilante el ministro Ábalos en su tarea como Gobierno, con Rodríguez Zapatero en el medio sin que nadie haga un esfuerzo por comprender lo que dice.

Está por ver si tras esta actitud de dispersar y externalizar las problemáticas hay una verdadera sensibilidad o es un modo de confundir o de evitar las responsabilidades más cercanas. Lo que afirma la sociedad española, vía CIS, es que la política, o más bien la práctica que concierne a los partidos y a los políticos en general, es ya una preocupación récord histórica, y que, tras el paro y por delante de la economía, nada menos, el 54% de los encuestados la sitúan como el segundo problema. Y no parece que a este dato ayude esta moda de proyectar en el exterior soluciones globales cuando no hay respuesta para los problemas locales.

*Periodista